31 marzo, 2013

LO QUE NOS PASA

Melancolía - Pérez Villalta

Hoy mi cielo está gris y atormentado, Miralles. Miro aprensivamente sobre mí, evaluando su cenicienta amenaza, y me confieso inquieto, pensando cómo proteger de la temperie mi corazón desguarnecido. Pero, vaya; no te alarmes, en cualquier caso, cuando te preguntas qué me aflige, porque, aunque tampoco te sabría responder, mi desaliento es discreto y no estoy derrumbado. Es un sumatorio, una cadena de circunstancias, un no sé lo que me pasa, que es precisamente lo que me pasa; algo difícil de desvelar a fuerza de razones, pues dudo que lo que siento tenga una entidad definible. Simplemente sucede... Pero, como te digo, esta especie de confusión no me desconsuela. La percibo, como una pequeña herida que dejo sangrar y observo, y no busco entender el desorden que representa, pues creo que nadie comprende algo realmente hasta que no toma cierta distancia, hasta que no lo abandona. Y no es esta mi situación, porque me encuentro precisamente en el epicentro de un incómodo desasosiego y no acierto a aligerar mi carga. Tal vez por ello te busco hoy, querida Miralles, intentando también que me veas como soy, es decir, como estoy... Y te busco disfrazando el silencio en que me sumerjo, cuando cansado del mundo regreso a mí mismo buscando la paz: esa tranquilidad del orden, que decía San Agustín. Así, como un ascua de precaria combustión rodeada de cenizas, te busco, necesitado de tu mirada, del aliento vital que me transmites y que tanto me aviva y conforta...
Ay, Miralles. Conoces mi manera de ser, y adivinas que lamento llegarte con una flor de pétalos deslucidos. Pero eres una suerte de refugio para mí; sabes que entre mis corresponsales ocupas un lugar predilecto, que tu afecto es irreemplazable entre mis afectos. Por eso, ahora que la vida se disfraza de cortesana y me tiende extrañas emboscadas que no sé eludir, garabateo por hacerme un hueco a tu lado, mi fiel amiga, mi dulce bálsamo. Sonríes compasiva, me lees con ternura, no haces preguntas... y noto que, esa antigua complicidad que entre nosotros existe, es suficiente para mitigar la melancolía de mortecino brillo que ahora mismo presiento en mi mirada.
Por eso también te doy las gracias, Miralles, por la caricia de tu presencia incondicional. Necesitaba rasgar el velo de silencio que me envuelve y coger tu mano, siquiera un instante, mientras tomo a ojos cerrados este aire fresco y penetrante que preludia la restauración de la primavera. Según lo respiro, me comprometo a luchar y a mejorar mi condición y mi tono, me aplicaré en hacerlo... Fíjate: ahora que concluyo, advierto incluso un repentino alivio. Respiro de nuevo, profundamente, me siento algo mejor, y pienso que tiene que ver con el consuelo que me confiere saberte ahí, querida Miralles, firme, alumbrando discretamente mi penumbra, leal y cómplice, en el centro de mi cielo, tú... como un inalcanzable lucero.

Post Scriptum: Fue Ortega quien dijo: No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.

24 marzo, 2013

EL CÉSPED CRECIDO

El césped crecido - Durero


Nuevamente a tu lado, Miralles, confiado en alcanzar para ti una de las nubes de azúcar que arrienda este cielo vernal y promisorio que luce tras mi ventana. Emplazo al silencio, medito y revivo la dificultad de retener el lenguaje amatorio que mi mente acuciada destila, y que esta torpe mano que te escribe a duras penas sigue y traduce. Veo, siento cómo se me rezaga, y ello tal vez confisque una cierta armonía a la salpicadura de sensaciones que suelen ser los mensajes que te hago llegar. Me rebasan las palabras como una miscelánea de impulsos nerviosos y de latidos, tañidos alborotados que sugieren lo que viene siendo mi vida sentimental desde que, antes de usar la razón, ya intuyera el amor... Y tal vez no llegue a ser, ante ti, algo más que el notario de este momento en que hondamente te imagino...
Pero me lleno de aire, para reiterarte el placer con que acabo de releer alguna de tus cartas. También para confesarte que he dejado pasar un tiempo sin contestar la última, y así aquietar el temblor que sintió mi alma ante la imagen de tus mariposas ambarinas con polvillos en sus alas repartiendo insinuaciones. Dime que es esto, por favor, me preguntabas sin ambages; qué, cómo y cuánto sientes... ¡Qué, cómo y cuánto siento! Lo repaso, de nuevo; repaso tus notas, y sonrío sin saberte contestar. Sonrío además porque sueño lo que gozaría revoloteando tus derredores, sabiéndome libre en tu bello jardín de dudas: Una más entre ellas, yo: una mariposa, a la grupa de un hierbajo sin creencias...
Por eso estoy aquí, Miralles, y te respondo despojándome de servidumbres, como quien busca volverse liviano y un día volar. Por eso estoy aquí, te digo, y tiene su gracia. ¡Qué, cómo y cuánto siento! Pienso en ti y sospecho que tendremos que inventar el nombre del juego, amiga mía, pues es justo salir fuera, amar fuera de lo corriente... y ambos lo deseamos. Porque hay algo de fascinación primorosa en este destino que nos enlaza, y un dolor dulce tan difícil de mitigar como de razonar. Y permíteme que te diga que, cuando lo que vislumbro es hermoso, no me importa no entenderlo; que la belleza siempre me supera. Y consiénteme, también, que añada que algo así me sucede con lo que comparto contigo.
Nunca he jurado mi amor a la perpetuidad, Miralles; tampoco te pediré nada que no me estés ya dando. Pero por todo, que al fin es tanto, quiero invitarte a continuar jugando conmigo: Dejemos de buscar un nombre, si te parece, a lo que quizá no tiene; despojémoslo de enredos. No insistas y ven: Corramos soltando aspas al viento hasta perder el aliento, besémonos los párpados, abandonémonos bailando sobre el césped crecido, girando como derviches alrededor de este imposible centro de gravedad sobre el que la vida nos sitúa, hasta enloquecer entre cientos, miles de hierbajos y mariposas... confinadas en el inmenso arco iris de nuestros mejores sueños. Querámonos sin descuentos. Tú y yo, sabremos cómo hacerlo: Porque la vida real continuará aquí, pegada a mí, cuando cierre con un punto final esta página; pero también hay algo de ella que palpita bien fuerte, ahí, donde estás tú, fuera de los límites del lenguaje y de los lugares comunes, en cualquiera de las nubes de azúcar que continúo viendo más allá de mi ventana...
Y sábelo, querida Miralles, que si, como decía Brecht, sola no eres nadie y es preciso que otro te nombre, yo seré quien tome tu mano una vez más para perpetuarte, ante quienes sonríen nuestra exiliada locura y calladamente la comparten.
Por eso, hasta cualquier rato. Hasta que tú quieras. Hasta la próxima vez.

17 marzo, 2013

LAS PEQUEÑAS COSAS

Interior - Billgren

Hace tiempo que quería hablarte de las pequeñas cosas, Miralles. Tú que me conoces bien, sabes lo que para mí significan, lo que me inspiran, el sentido que aportan a lo que soy y a cuanto tengo. Cuando observo cómo se nos explica la Historia, reparo en que siempre hemos buscado las razones que dan un sentido a la vida en la épica de las gestas memorables. Somos en cierto modo hijos putativos del deseo, de la codicia, del anhelo de cuanto que no podemos poseer. Pero dime, ¿tiene algo que ver esto con nosotros, con nuestra deliberada orfandad? Alguien objetará que así ha evolucionado el mundo y a mí se me arquea entonces una ceja, como cuando escucho a los santurrones mediáticos hablar de una prosperidad y un progreso de los que, aunque no reniegue, sí cuestiono seriamente su radical humanidad.
Uno diría que la vida se nos cuela, mientras esperamos que algo extraordinario cambie nuestra existencia insulsa; y, entretanto, seguimos posponiendo proyectos y menospreciando cuanto tenemos y nos rodea, sin reparar en el hecho de que, tal vez, la riqueza de la vida brilla en esas pequeñas cosas que acompañan nuestras cotidianas transiciones. Porque existe una grandeza en las cosas corrientes que, quizá inadvertidas para la mayoría, se vuelven bellas cuando uno las mira. Una grandeza, como espléndidamente dice Muriel Barbery, “ataviada con indumentaria cotidiana... que surge de la certeza de que (cuanto sucede) es como tiene que ser, de que está bien así.”
Es realmente difícil que no termine pegándosele a uno, por más que se proteja, una cierta anodinia existencial, desde el momento en su invasor polimorfismo acecha por todas partes. Pero tampoco todo es insensibilidad, ni mucho menos. Elegancia, concordia, belleza, intensidad... son una suerte de fragancias que existen en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Es cosa de descubrir este inmediato universo, de darse cuenta de que no todo cuanto se nos ofrece es estúpido, mediocre y fatuo. Sabiéndolo, entonces, dime: ¿Crees que estamos siendo capaces de apreciarlo? Apuesto a que sí.
Te conste, en cualquier caso, querida Miralles, que eres para mí una de esas riquezas de las que hoy te hablo, y que iluminas y engrandeces mi vida. Te aprecio como no imaginas, pequeña-cosa. Comparto contigo la intimidad sin rejas que nuestros encuentros propician, y, recogida en mi pecho, guardo la certeza de saberte cerca y, en cierto modo, de pertenecerte... Sí, Miralles, de pertenecerte sin arrebatos.

10 marzo, 2013

TIEMPO ATRÁS





Tanzande kinder - Vogeler
Llevo un tiempo sin enviarte unas líneas, Miralles. Y lo cierto es que últimamente escribo poco; lo justo para mantener el verbo a tono, para airearlo y resguardar el lugar que la producción literaria ocupa en mi vida. Nada notable en lo que borroneo, por cierto: Apuntes, escaramuzas conmigo mismo, jugueteos propiciados por los millones de interconexiones que segregan letras desde mi presunta materia gris. Sentir, pensar, condensar, crear. Sabes de qué va la cosa: de peregrinar a las viñas de la imaginación, tomar el fruto en sazón y macerarlo hasta obtener de él esos singulares orujos del lenguaje. Uno siembra, labora, reza, vendimia. ¿Qué es escribir, después de todo, sino una estrategia adaptativa? Tal parece la cuestión.
Recuerdo que, hace ya bastantes años, casi me obligaba a garabatear unas notas a diario, para evidenciar de algún modo que estaba presentable a la hora de esto de sentirse vivo. Entonces sumergía mi realidad más inmediata en un baño de ficción, soñaba con ser escribano de la belleza que la vida regalaba a mis sentidos y, ataviado como el aprendiz que era, ideaba el escenario perfecto para mis representaciones. Pura alquimia. Cuando aquello, pretendía trascender de lo cotidiano, elevarlo del suelo, haciendo memoria de cada anhelo respirado y dando fe de mis sobrevuelos por un mundo poblado de anhelos y quimeras. Me concibieron para soñar... Y reconozco que había una cierta perversión de la realidad en mi esfuerzo por representarla; algo de enaltecer lo ordinario, de sacralizarlo. Claro que, todo esto, ya te digo, sucedía tiempo atrás.
Más tarde, algo debió aprender el principiante que sigo siendo, para poner los pies en el suelo. La vida le lleva a uno a ello, por más que ese uno se resista y forcejee con los límites de lo posible por remontarse y volar. Pero descubrí que en el suelo también había sueños, tú lo sabes bien, querida Miralles, así es que seguí escribiendo, —¡como si lo importante fuera la cantidad!— ya bastante menos. Principalmente, entonces miré; y, mirando, descubrí el enorme valor de la contemplación. Creo recordar haberte contado que, cuando a Siddartha le preguntaron qué era: si un ángel, un profeta o un dios, él contestó a la gente: Sólo soy un hombre despierto. Supe, al leerlo, que esa era realmente mi vocación. Y no he hecho otra cosa que cultivar esta lúcida idea y, así, movido por la vida vivida, qué hago hoy entonces: observar el mundo, aceptar que las cosas sucedan, resistirme a abandonar el puñado de principios e ilusiones que me sostienen, sentirme parte del ambiente, idear maniobras de supervivencia moral... Y, en fin, ahora que lo pienso, cuidar el legado de aquél que fui precisamente entonces, tiempo atrás.
Y supongo que, por algo de todo esto, siempre he deseado intensamente escribir: y he buscado sumirme a solas en esa obstinada apuesta por ser, en la conmovedora magia de poder amar, en el feliz trance de estar y sentirme vivo.

03 marzo, 2013

YO CREO

La lectora - Benson
Tomo aire cuando escribo; reposa el puntillo de mi pluma durante un instante, en cada punto y seguido. Después continúo. Me dirijo ti, Miralles, aferrándome al vano intento de reemplazar el espacio que nos separa, con un encuentro sucedáneo nacido del impulso de escribir para contarte, para responderte. Apenas sí supone esta tentativa un adarme del enorme placer que sería tenerte enfrente, a un café de distancia, sentados al tibio y dorado sol de este moribundo invierno, en cualquier velador de tu hermosa ciudad. Pero los derroteros de esos destinos tuyo y mío, los mismos que nos llevaron un día a conocernos, han querido que nuestra amistad madure en la distancia, soterrada en la penumbra acogedora y cómplice de estos silencios que, a pluma rasgada sobre el papel, de cuando en cuando compartimos.
Eres para mí un vínculo con el ensueño, Miralles, una figuración que no quiero abandonar. Pero también un cabo desde el que me amarro a la vida. Y porque eres esto, lo otro y tanto más, hoy quiero rendirte pleitesía. Lo hago cuando te digo que me entusiasma registrar tus palabras, que adoro tu manera de remunerar cada una de mis contemplaciones con una flor de papel, con una lágrima, con una duda. Me asaltas desde ese misterio de hembra que te envuelve, y a veces me reafirmo, al leerte, en que no únicamente nos diferencia el género: que, hombres y mujeres, pertenecemos en realidad a especies diferentes. Sí, de verdad, lo digo en serio y sin embargo... ¿Sonríes? Apuesto a que lo haces, evaluando mis boberías intelectuales, con los ojos pícaramente entrecerrados. Y disfruto pensando que, quizá, así sea. Me recreo imaginándote. Igual que gozo releyendo tus últimos asertos, cuando defiendes sin fisuras la importancia de creer en algo, y reprochas el escepticismo en que me enroco, y hurgas en él con frases sueltas y viejas citas que me mueven a pensar. Me siento confortado en el galanteo intelectual al que me convidas, al preguntarme en qué creo yo; si, de verdad, creo en algo, como me dices. Y entonces me planteo, ¿cómo contestar sin embarullarme? Lo cierto es que, en mi realidad más trotera, compruebo que me he vuelto un ser práctico y funcional y, sí, desde luego, creer es importante, pero actuar... Actuar es fundamental. Y actuar, para mí, significa aceptar, emprender, modificar, transformar... y crear. Después de todo, es más que una sutileza que los verbos creer y crear entreveren algunos de sus tiempos verbales y que incluso mutuamente se presten sus dos juegos significantes. Porque, cuando digo que «yo creo», en realidad, ¿qué estoy haciendo, sino dos declaraciones a la vez? La fe y la acción, todo uno...
Absuélveme por este retruécano, Miralles. Sucede igualmente, cuando pienso en ti, que sobre todo te extraño. Y, al pretender suplir este imposible anhelo de tomarte de la mano, de caminar junto a ti, lamento no ser tan claro como ciertamente mereces. Releo ahora mi escrito y sonrío: No lo corregiré, sin embargo, aunque finalmente me haya enredado en un bucle, un poco por seguirte de corrido, sin apenas vacilaciones, encantado de jugar contigo, un día más, mi cielo, eternamente al escondite.

 
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