Cooper Park - Jeffrey Smart
Hay momentos en los que mi vida
parece condensarse enteramente en un solo instante de luz. Un fogonazo, un
resplandor. Dura apenas unos segundos la sensación maravillosa de sentirme
alcanzado por un enérgico fulgor atravesándome el pecho. Entonces me noto
pleno, Miralles: Me colma una sensación de gozo que a duras penas sujeto en mi
interior; como si no me cupiera el alma bajo la plétora, a punto de estallar de
una emoción tal vez muy cercana a la felicidad. Siento así que todo fluye
dentro de mí, y me involucro de tal modo en lo que hago que nada de fuera
parece amenazarme. Es como si las oscilaciones que registra mi vida se acomodaran
plácidamente a la imperecedera cadencia del mar cuando besa la playa; como si
el suave oleaje me devolviera a un pasado radiante que me incluye niño y joven,
y, a la par, me convirtiera fugaz y, sin embargo, eternamente en lo que soy ahora...
Confieso que entonces siento lo
que siento, de un modo indecible; que siento fuerte y hondamente, irrumpido de
gratitud, mientras me alargo incontenible hacia ese cielo azul y tenso que me
regala la dicha de estar vivo. Y hasta se me asoman las ganas de llorar, de contento,
por saber que, pese a los traspiés y las caídas que entristecieron algunos de
mis días, pude amar y además lo hice. Sí; porque lo hice, Miralles, te juro que
amé... Y hoy sé que aún puedo amar.
Por eso te escribo, para contarte
que es, en estos momentos de plenitud, cuando anida en mí la certidumbre de que
al amor le adeudo esencialmente la fuerza, y la luz que alumbra mis pasos. Él
me sustenta, me nutre generosamente de esa fe con la que cada mañana le planto
cara al día. Y lo hago, Miralles, vaya que sí lo hago... Aunque luego, hada y
puta como es, la vida me pretenda vencer en su sostenida contienda; y yo, que
me voy haciendo perro viejo, de vez en cuando le tolere amablemente una derrota.