24 febrero, 2013

EL LAZO



 
Edge of town - Schiele

Oscila el tiempo. Se hacen largos estos días de relojes empecinados en una morosa manía circular. Llueve ahí fuera sobre la ausencia de movimiento que atestiguan los árboles desnudos, las calles mojadas y el anochecer ceniciento, tardo y callado. Ritmos clandestinos del moribundo invierno, de almas noctámbulas que se esconden recelosas, cansadas de estos largos meses, aguardando la luz del nuevo día. Simplemente describo un escenario: el que es, porque no hay otro. Me me levantado a mirar lo oscuro tras la ventana, reparo en lo que tengo a golpe de vista y termino preguntándome por aquello que me falta. Entonces se me improvisa tu imagen y te digo: ¿Dónde estás, Miralles?
Echo de menos tus cartas. Por eso, saco el hatillo de sobres que las guardan y, desde ese llevadero desconsuelo de la distancia, releo alguna de las líneas que, como surcos en la tierra, has ido sembrando de palabras para mí. Según lo hago, noto cómo algo me aparta de este oscurecer húmedo y gris, despabila mis sentidos y me inocula más de un pretexto para retomar el lazo que nos une e imaginar que estás en el otro cabo, sintiendo el breve tirón que imprimo desde el mío... para decirte que estoy aquí. Tal vez hoy tengo los biorritmos bajos, un valle en lo intelectual, escaso el rendimiento. Llevo un tiempo en que apenas escribo, a causa del ruido: Es el ruido el que no me deja escribir, el ruido de las pequeñas cargas y pesadeces cotidianas. Pero, sin saber cómo, invento este vuelo de palabras, como si al dirigirme a ti, recobrara el tono en las mejillas, el color. Sí, el color del momento cambia, cuando te hago destinataria de mis pensamientos, y deserta mi ánimo del invierno exterior para irisarse en un limbo doméstico de sereno y agradable recogimiento. Exploro las posibilidades de comunicarme contigo, más allá del pensamiento y la palabra, del gesto intuido; más allá de la definición de este ámbito de amistad que hemos sabido crear. Te escribo, te llamo por tu nombre, te construyo, y compruebo que, en la medida en que interpreto algo, lo estoy desarrollando, edificando. La misma vida, el hecho de vivir (decía, en El túnel, María Iribarne) “consiste en cimentar futuros recuerdos”. ¿Qué haremos de los nuestros, algún día, cuando los pasajes de hoy sean eso, justamente recuerdos?
¡Ah, algún día! Eso me remite al tiempo, esa trampa vital, la emboscada que el azar nos tiende obligándonos a transitar por tan insospechados senderos. Hay algo tan inapelable en la velocidad con que se sucede todo, que decir mañana no es muy distinto a decir hoy. Y me pregunto si cuando escribo no hago sino, estúpidamente, desafiar el paso del tiempo. Escribir. Tal vez el arte nace de la necesidad de expresar y crear, pero también de trascender la insignificancia que supone ser uno y único, ante el cosmos y ante la vida. Escribo, entonces; sí, pero más que por perpetuarme en no sé qué inabordable quimera, hoy escribo sólo para que existas, Miralles. Y felizmente lo consigo.
Ha avanzado indiferente la noche ahí fuera y, con ella, la oscura quietud. Todo parece haberse detenido: la gente, el tiempo, la misma tierra que nos acoge... mientras miro con reproche el reloj, recojo un par de cosas y, antes de retirarme, tiro una vez más suavemente del lazo con mis manos e imagino que sientes su momentánea tensión en las tuyas. Luego, te envío un beso y apago todo.


17 febrero, 2013

Y A LA VERDAD...

Botella de vino - Joan Miró

Estoy pensando que me encantaría que te conocieran, Miralles; que, quienes anónimamente leen las cartas que te escribo, supieran algo más de ti: Que se escuche tu voz, poder pintar tu pelo y tu mirada, revelarte tal cual, de cuerpo entero, y tu alma noble y leal; que tras verte, entonces, comprendieran por qué en el rincón de mi corazón en que te guardo y llevo siempre hace sol... Me encantaría, sí; pero acepto tu deseo de permanecer entre bastidores. Sabes que admito sin ambages cuanto venga de ti, que lo he hecho siempre. Otra vez esto de aceptar, que viene a ser algo así como dejarse de urgencias y puñetas...
Dulce Miralles, en el País de Nunca Jamás, esa otra realidad que, como ésta, es un juego de espejos en el que la verdad de todo trampea y confunde. Hasta el amor: tal vez el enésimo reflejo de una ilusión proyectada en mil mercurios, desde una lejana estrella que aún titila a nuestros ojos, pero que dejó de brillar hace algo más de una juventud. Me preguntas y preguntas, Miralles, porque entiendes que mi estrategia es la sinceridad y porque dices que la amo, que amo a la verdad, esa verdad humilde de andar por casa... Pero, ¡y yo qué sé de esa otra: de la Verdad! ¿Me terminaré zambullendo en tus interrogaciones, hasta marearme de letras y más letras? No, mira, me importa un pimiento. Consiente que no quiera acercarme a la oscura profundidad de esas aguas empantanadas. Guste o no, soy un tipo concreto, tan-tangible que parezco, buscador de certidumbres. A la porra la Verdad con mayúscula, que se la dejo a revelados y esclarecidos. ¿A quién en su sano juicio le preocupa? Bah. Chesterton tuvo un fogonazo: dijo que la había visto (la Verdad), y que no tenía sentido. ¡Un brindis por Chesterton...! Aguarda un poco; dicho y hecho: Festejo la media tarde y me pongo vino de Oporto en una copa; rojo cereza, lleno de aromas dulces como el de una fruta en sazón. No satura el olfato, se deja sentir pleno y redondo, lo paladeo, de memoria ligeramente picante en la base de la lengua, donde lo retengo hasta dejarlo caer por la garganta y exclamar: ¡Por Chesterton, Miralles! Bebo otro pequeño trago. Bebo y respiro hondo; bebo y te propongo, si la vida no nos regatea tiempo, olvidarnos de la Verdad; y prometo que, a cambio de ella, te voy a regalar por siempre literatura. Supuesta literatura, literatura apócrifa, de la que sé algo porque me brota y enajena; de la que tengo en mi mina interior, de la que escribo a desgarros, cada vez que el alma me rabia e interpela. ¡Espejos, Miralles, espejos! ¿No hablabas tú de ellos? Pero, bueno, tomo otro sorbo y ya te pierdo... ¿Dónde estás...? ¡Ah sí, ahora lo sé: ¡el portón! Te has escondido en tu Castillo de las Preguntas, Rapunzel del Mediodía, que juegas a emboscarte en tu torre... ¡Cielos, Miralles: qué rico me sabe este vino! Me sirvo nuevamente por ti, por Chesterton y por mí. Mírame bien, a los ojos... Y, si te parece, di conmigo: A la Verdad, de verdad: ¡que le den!

10 febrero, 2013

TODO FLUYE



Cooper Park - Jeffrey Smart

Hay momentos en los que mi vida parece condensarse enteramente en un solo instante de luz. Un fogonazo, un resplandor. Dura apenas unos segundos la sensación maravillosa de sentirme alcanzado por un enérgico fulgor atravesándome el pecho. Entonces me noto pleno, Miralles: Me colma una sensación de gozo que a duras penas sujeto en mi interior; como si no me cupiera el alma bajo la plétora, a punto de estallar de una emoción tal vez muy cercana a la felicidad. Siento así que todo fluye dentro de mí, y me involucro de tal modo en lo que hago que nada de fuera parece amenazarme. Es como si las oscilaciones que registra mi vida se acomodaran plácidamente a la imperecedera cadencia del mar cuando besa la playa; como si el suave oleaje me devolviera a un pasado radiante que me incluye niño y joven, y, a la par, me convirtiera fugaz y, sin embargo, eternamente en lo que soy ahora...
Confieso que entonces siento lo que siento, de un modo indecible; que siento fuerte y hondamente, irrumpido de gratitud, mientras me alargo incontenible hacia ese cielo azul y tenso que me regala la dicha de estar vivo. Y hasta se me asoman las ganas de llorar, de contento, por saber que, pese a los traspiés y las caídas que entristecieron algunos de mis días, pude amar y además lo hice. Sí; porque lo hice, Miralles, te juro que amé... Y hoy sé que aún puedo amar.
Por eso te escribo, para contarte que es, en estos momentos de plenitud, cuando anida en mí la certidumbre de que al amor le adeudo esencialmente la fuerza, y la luz que alumbra mis pasos. Él me sustenta, me nutre generosamente de esa fe con la que cada mañana le planto cara al día. Y lo hago, Miralles, vaya que sí lo hago... Aunque luego, hada y puta como es, la vida me pretenda vencer en su sostenida contienda; y yo, que me voy haciendo perro viejo, de vez en cuando le tolere amablemente una derrota.

03 febrero, 2013

VIVIR LA CRISIS

Flores silvestres - Thomson

Releo tus cartas, Miralles, y agradezco como un grato regalo el que me hables de tus cosas, de tus proyectos y tus ilusiones, tus miedos e inseguridades. Entreviéndote, sé que comparto contigo todo un firmamento de saludable inquietud. Codicias seguir creciendo, aún a sabiendas de que para cuantos llevamos una vida acomodada, por comparación con la de quienes sufren, resulta insultantemente sencillo sobrevivir... Sabes cómo te entiendo.
Y me hablas del Siddartha de Hesse y me revelas tu más íntima crisis, porque te sientes frágil y vulnerable (quise vivir como sentía, ¿por qué habría de serme tan difícil?), desamparada... y porque en ti conviven tendencias contradictorias. Piensa, sin embargo, en clave de aceptación; tal vez la clave esté en aprender a coexistir con nuestros temores, a domesticarlos sin consentir que nos amedrenten y paralicen. A vueltas con la inseguridad, creo que es posible saberse cada vez más firme, desde la intuición de que en la vida todo, absolutamente todo, es mucho menos sólido que lo que uno se imaginaba. En mi vocación de aprendiz, también me toca batirme con la vacilación que me endosan las metas inaccesibles. Fueron muchas las veces en que corrí por algo, con tanta desesperación como insensatez, hasta que comprendí el sinsentido de la huida hacia delante. Por eso trabajé para librarme de la tiranía del modelo que seguía, para bajar el listón e irlo ajustando a mis posibilidades, a mi medida. Sólo así he podido no sólo conocer mejor mis límites, sino también hacerme una idea más exacta de la distancia real que me separa del suelo. Consigo aceptarme, tal cual soy: un ser notablemente imperfecto que día a día descubre, empero, que la imperfección inspira, que es una impagable fuente de creación.
Y, entretanto, mi vida interior discurre por derroteros marginales: Cansado de marear razones y un tanto aburrido de tener-que-tener una opinión sobre casi todo, me emperro en abrir cauces para los sentimientos, en otorgar a cada momento el sentido que merece, en mirar al frente, esperanzado por darme de bruces con alguna azarosa oportunidad de amar... Yo también vivo en una agridulce y permanente crisis, y te lo confieso con una sincera sonrisa. Porque tú lo sabes, Miralles: la crisis es, en efecto, una ocasión más que te ofrece la vida para aprender y mejorar... Ahora se habla mucho, muchísimo, de esto y, fíjate, leí que los chinos expresaron esta idea ya hace miles de años y que el pictograma que utilizan para la palabra crisis es el mismo que utilizan para la palabra oportunidad. Una idea provocadora, la de explorar la oportunidad que hay detrás de cada uno de los periodos críticos a los que nos enfrentamos a menudo. ¿No te parece...? Cree, pues, concédete márgenes y confía en ti y en tu capacidad, en esa cohesión interior que traducen tus palabras, cuando reconoces tu anhelo por sentir y por vivir como sientes...
Celebro tu entrañable cercanía, querida Miralles. Queda prendida, en mi álbum de las cosas bellas, la ilusión de haberte reencontrado hoy, en esta mañana que, siendo tan luminosa, sugiere mil armonías por descubrir, respirar y gozar.
 
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