06 enero, 2013

ANHELOS


El globo rojo - Klee

Pues nos llegó el invierno y con él la Navidad y el cambio de año, Miralles. Tres efemérides en un suspiro. Te diré que he entrado en el nuevo ciclo en un aceptable estado de revista y con cierta indiferencia (no nueva) ante los rituales y convencionalismos que envuelven estas fechas. Tal parece que, salvo un par de acontecimientos involuntarios, como nacer y morir, en la vida casi todo forme parte de liturgias establecidas, una pura convención. Pero reconozco que, aún así, tiene su aquél arrancar la última hoja del almanaque para ingresar en un año imprevisible y distinto. Porque, en el trayecto vital, todos necesitamos hitos, siquiera para tomar aire, mirar a nuestro alrededor y volvernos a situar.
El caso es que, llegado enero, uno decide tomar el rábano por las hojas y se hace propósitos, consciente de los varios asuntos que tiene pendientes de resolver consigo mismo. Cobra fuerza la idea de desertar de alguna vieja servidumbre, de soltar lastres o de ser un poco mejor tipo de lo que se venía siendo. Parece que el cambio de dígito nos proponga una renovada perspectiva. Ese nimio recorrido que jalonan siempre las doce campanadas, marca una brecha de distancia que saltamos con la idea de afinar, de desasirnos y suprimir los condicionamientos... Y es que somos seres curiosos, Miralles. Seres empeñados en adaptarnos, a fuerza de arrebatos, a la hermosa pero feroz asimetría de la vida.
Sin embargo, pese a las buenas intenciones que envuelven de celofán el planeta, los noticiarios no han dejado por un momento de escupir frío, gélidos guarismos, miseria, hambre y balas. El mundo que un día heredamos y poblamos, sigue ensimismado en su hostilidad. Una obtusa hostilidad que me mueve a escribir en defensa propia y a proteger el terruño en el que cultivo mis principios, a base de alambradas. Una hostilidad amurallada ante la que sólo acierto a enfrentar esa terca esperanza que conservo en el poder de la solidaridad, de la actitud amorosa, de la sonrisa y la palabra. Sé que hemos de mantenernos, casi desnudos, a lomos de ese frágil credo, querida Miralles, batallando para que el mundo nos respete como seguimos queriendo ser. Por eso debemos permanecer alerta, involucrados como otros lo están, ambos, también tú y yo... Y, cuando digo ambos, créeme, noto un punto de emoción y siento que algo nos contiene en esa palabra de un modo tan intenso, tan íntimo que, por más que quiera, no sabría expresarte de otra manera que no fuera sonriendo en tu mirada. Ambos...
Recuerdo que, de niño, solía perpetrar mis pequeñas gestas con una enorme ilusión; era toda mi munición, la mejor que he podido nunca tener a mano. Luego, casi sin pretenderlo, decidí habitar en el mundo real, donde todo es transitorio y nada es ficticio. Y hoy este sigue siendo mi lugar; un lugar en el que, a pesar del frío, los gélidos guarismos, la miseria, el hambre y las balas, aún marco mis hitos, aún tengo propósitos y anhelos... Y un lugar en el que, te repito, Miralles: como dijo aquel joven príncipe nepalí, llamado Siddartha Gautama, después de todo "sólo sueño con vivir despierto". 
 
 
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