27 enero, 2013

AMOR DESPRENDIDO



Place d'anvers - Zandomeneghi

Te hablaré una vez más, Miralles, de esa otra cara de la amorosa ternura, gratamente encontradiza, que con frecuencia contemplo y de la que tanto respiran mis días. Porque a veces el amor se nos insinúa de un modo extraordinariamente sutil; parece viajar dulcemente aturdido en los labios, en la mirada, en el gesto de quien menos sospecha uno, hasta que, de repente, se lo topa. Amor, digo, que es un amor de paso, que no estaciona; desocupado y transeúnte, trotamundos si me apuras. Amor de tren con el mismo destino que tomé para mí, amor de sucursal, al otro lado de una ventanilla cualquiera, amor de compartir la cola de un estreno, cuando comienzan a caer las primeras gotas del chaparrón, amor de un dime cuánto te pongo, que hoy están bien ricas estas fresas.
Hay ocasiones en que este amor del que te escribo, de vocación anónima y desprendida, viaja de incógnito a nuestro lado, mientras a nosotros parece que nos vaya la vida en tales o cuales usuales urgencias. Diría que lo suyo, lo de este amor que nada exige, es colarse inadvertido; que es un amor que acaricia y besa con la mirada, el buenas tardes de sonrisa, un perdona por el ligero golpe; por Dios, si sólo ha sido un roce...
Por esto te digo, Miralles, que fue bendita la hora en que el amor se hizo vagabundo para representarse en los rostros que se deslizan a mi lado, como los fotogramas en la cinta de una película que voy pasando lentamente con las manos. Cada vez que cruzo mi sonrisa con el amor del que te hablo, no puedo por menos que intentar ser su humilde espejo, un azogue en el que vea retribuida su rebosante humanidad. Porque el amor que estos rostros me regalan es tan fugaz como genuino, no se tasa y va sin vueltas, da contento, serenidad, produce una agradable sensación de paz, invita a la sonrisa y a veces hasta me causa un ligero y grato cosquilleo en el alma... 
Y aunque, una vez franqueado, de este amor sólo retenga una imprecisa imagen del gesto que lo bosquejó, el dulce eco de su voz que peregrina se pierde, una cierta indefinición del momento en que fue, a pesar de esto, Miralles, algo del amor desprendido germina en mí y, por efímero que haya sido, crece y prospera en la cuneta por donde transito, como la brizna de ese hierbajo, apenas advertido, que embellece el paisaje de mi camino.

 
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