12 febrero, 2012

A PROPÓSITO DE COSME

Viajero frente al mar - Friedrich

Cincuentón, flaco, despeluzado. Cosme es un espécimen solitario, nada convencional. Temo que quien le observe sin más lo tendrá por bicho raro. Con todo, es un buen tío, noble, sensible, coherente. Y un malabarista de la palabra, que habla poco pero transmite y llega, a pesar de esa vaga tristeza que cruza su rostro y que rara vez logro interpretar, como tampoco franqueo un coto hermético que reserva para sí, cuando se aísla del mundo. Sobre esto, Cosme defiende que hay una dignidad en la soledad, que hace que estar solo se convierta en algo soportable. Pero lo que yo pienso es que si no se consiente tener grandes apegos es por no sufrir. Por no sufrir más, quiero decir. Así es él, a grandes rasgos, mi amigo Cosme.
El otro día le llamé por teléfono, para dar una vuelta. A media tarde, cruzábamos un parque charlando sobre la fragilidad del ser humano (qué le voy a hacer, si es de estas cosas de las que nos gusta hablar) y él reparaba en la paradoja de las pasiones que, siendo el motor de nuestra vida, se pueden volver sin embargo en contra de nosotros mismos, haciéndonos frágiles y vulnerables.
—Todos tenemos al menos una pasión: desde el más espabilado hasta el más idiota. La descubrimos cuando nos poseen sentimientos intensos, que someten nuestra voluntad y perturban nuestra razón y nos vuelven inconsistentes. Amor, odio, celos, ira... O inclinaciones vivas, que terminan casi por enfermarnos.
—¿Inclinaciones?
—Sí; el arte, la política, la Naturaleza... o el Athletic. Cualquier cosa que, en un momento dado, pueda hacernos enfebrecer. El caso es que somos siervos de nuestras pasiones —me decía—; que las necesitamos como el aire, para sentirnos vivos, aún cuando nos puedan arruinar la existencia.
Y, cuando le pregunté cuál era la suya, Cosme se encogió de hombros y sonrió con cierto candor:
—Supongo que mi pasión es vivir —respondió—; vivir... a pesar de la vida misma.
Entendí lo que quería decir. Porque vivir, para Cosme, es observar y tomar nota de lo que acontece a su alrededor, con el extraño brillo de su mirada, mezcla de melancolía y de remota fascinación. Por eso explora y escribe, y a veces me habla de ello. Y es que escribir, en el fondo, es su verdadera pasión... aunque él lo niega quitando importancia a lo que hace. Pero sí, respira y vive para crear. Y esa música me suena cercana.
Como comenzara entonces a lloviznar, terminamos tomando una cerveza en torno a un velador. Por un momento, Cosme pareció abismarse mirando la cortina de sirimiri, a través del cristal de la cafetería.
—¿Sabes? —regresó, de improviso—. Las pasiones pueden llegar a destruirnos, pero nuestra fragilidad proviene más bien de la duda, porque la duda nos angustia. Y, pese a ello, no podríamos vivir sin dudar. Fíjate qué terrible es vivir sin saber qué es la vida, pero sabiendo que moriremos... sin saber tampoco qué es la muerte.
—Las cosas sobre las que tenemos alguna certeza son tan contadas...
—Sin embargo —continuó—creo que prefiero vivir así, sin saber, que hacerlo aferrándome a ideas y a creencias que podrían estar equivocadas.
—Sí, yo también lo prefiero.
Le guiñé el ojo, dándole una amistosa palmada en el brazo. Él me devolvió la sonrisa y dijo entonces:
—Parece que amaina, y ya es hora de recogerse.

 
ir arriba