29 enero, 2012

REPROCHES

Dayer - Expectations of dreams

La erosión es un principio físico, en virtud del cual se explica el proceso de desgaste de los cuerpos ocasionado mayormente por el rozamiento. Una definición cogida con pinzas, desde la que el concepto se puede fácilmente extrapolar al ámbito de las relaciones humanas. Pues bien, pocas cosas erosionan más intensamente la convivencia que los reproches, esas respuestas nacidas de la frustración que aparecen con frecuencia en los periodos de desencanto. Aunque sea un cliché, pensemos en la mujer que, habiendo puesto mucho de sí en una relación, no ve compensados sus esfuerzos y recrimina a su pareja una gran falta de sensibilidad, de atenciones y detalles, sus constantes olvidos.
El reproche surge de la no-aceptación del ser amado tal y como es, de la decepción que encarna la otra persona cuando no cubre las expectativas que con ella nos habíamos creado. Entonces empezamos por afear su conducta, luego recriminamos su actitud, finalmente su forma de ser, y así el reproche se convierte en un arma arrojadiza, que acrecienta la situación de crisis y degrada la relación hasta hacerla a veces insostenible.
Personalmente, pienso que hay un ámbito de respeto casi sagrado, cuyos límites no deberían ser de ningún modo sobrepasados. Es preciso abordar las diferencias sin denostar la forma de ser, los posibles defectos, las capacidades del otro; sin meter el dedo en la llaga de sus contradicciones y pequeñas miserias. No tiene mérito ni sentido ensañarse con alguien, y mucho menos si le queremos. Porque quererle supone respetarle ante, con, desde, para y por lo que es. Y todavía más: a pesar de lo que es. Sabiamente decía Theodor W. Adorno que «sólo con quien te ama puedes mostrarte débil sin provocar una reacción de fuerza». Porque el amor deja de ser amor cuando la violencia se impone sobre el diálogo y el respeto.
Por lo mismo, la ironía no aporta nada positivo; ni la imitación ni la ridiculización. Trivializar las opiniones del otro, mofarse de sus inquietudes, sus temores o su vida íntima, toda esa pirotecnia verbal y gestual sólo genera dolor en primera instancia, después frustración y rencor, finalmente desamor. Y cabría preguntarse si la humillación o el insulto nos hacen grandes frente a alguien o, por el contrario, nos envilecen, al ser nuestros más mezquinos recursos.
En fin, una relación tramada con actitudes positivas que la nutran y doten de consistencia para sobrellevar los avatares del tiempo, ayudará a crecer a las personas en ella involucradas. De igual forma, los malos modos la van a magullar y corromper. Si evitamos los reproches, estaremos mimando y preservando de un modo efectivo nuestros afectos más cercanos, algo esencial en el desarrollo personal de esas destrezas adaptativas que tanto nos ayudan a vivir en armonía con quienes nos quieren y rodean.

22 enero, 2012

LOS ESTRATOS HORIZONTALES

Le coquelicot - Van Dongen

Oye, ¿tú has leído El túnel...? El de Sábato. ¿No? Bueno, es igual. El caso es que ahí habla de los estratos horizontales y tiene que ver con lo que te voy a contar. Esos estratos son como sociales; están formados por gente que tiene aficiones semejantes y donde no es raro que se produzcan encuentros casuales, y menos raro cuanto más minoritario sea el asunto que les junta. Pon que te va el rollo de la esgrima; bien, pues no será extraño que coincidas siempre con la misma peña, cada vez que hay un evento en la ciudad, porque la esgrima les gusta a cuatro chalados. ¿Me sigues? Vale. La cosa es que vi a una tía en el Principal, cuando estrenaron El cavernícola, ese monólogo de Becker tan bueno. Pues en la fila de delante, la mujer más bella que he visto en mi vida. Ni te imaginas. Sonríes... Pero no exagero un pelo. Fíjate que casi ni veo el teatro, de las ganas que tenía de mirarle, de tocarle el pelo, de... no sé; y eso que la obra era de troncharse de risa, pero no podía concentrarme. Así todo el tiempo, como ofuscado, ¿sabes? Total que, acaba la función y justo cuando encienden las luces, de repente ella se levanta la primera, avanza por delante de la gente de su fila... y veo que se ha dejado un fular en su asiento. ¡Joder, ésta es la mía! Lo cojo a toda prisa, voy a gritarle: “¡Eh...!” Pero ya es tarde para distinguirla entre el tropel que avanza por el pasillo hacia la calle. ¿Por qué te ríes? Va, para; no me cortes. En fin, la busqué, la reconocería entre un millón, y nada. Sin embargo, decidí que la volvería a ver, como fuera, y que aquel fular iba a ser la excusa perfecta. ¡El fular! ¡Si hasta duermo con él...! A veces lo huelo para llenarme del resto de perfume que aún guarda, me imagino oliendo su cuello... Así que, sin saber cómo, me acordé de la teoría de los estratos de Sábato y elaboré un plan. No sé de qué leches te ríes. Te hace gracia lo de los estratos, ¿eh? Pues bueno, que no te pase a ti; que, lo que es, yo no vivo. Entonces pensé que, si le gustaba el teatro y el teatro era eso, un estrato, volvería a la siguiente representación o a la siguiente... o a la siguiente. Lógico, ¿no? ¡Qué gilipollas eres!; no sé por qué te cuento esto. Para que te rías. ¿Te burlas de mí...? En fin, paso. Total que, desde que quitaron El cavernícola, me sigo acercando al Principal al comienzo de cada función. Cuando hay doble, antes de las ocho merodeo la puerta, con la esperanza de verla entrar; luego, mato el tiempo tomando una cerveza y vuelvo a las diez de la noche. Viernes, sábados y domingos. Así llevo dos meses, convencido de que daré con ella. Porque después de todo esta ciudad no es tan grande, ¿no crees? Aunque a veces me desmoralizo, de tanto rular por los alrededores del teatro en balde. Pero es que, si no, ¿qué puedo hacer? Si al menos conociese otro de sus estratos y... ¿Me quieres decir de qué coño te estás riendo, todo el tiempo? ¡Joder, qué tío insensible de las narices! Estoy enamorado, loco, y tú te partes de risa como un gilipollas. No has parado de hacerlo. ¿Y se supone que eres un colega? ¡Un colega, ja!; ahora me río yo de ti. Mira, ¿sabes...? Veo que eres incapaz de ponerte en mi lugar, que te interesa un pimiento lo que te cuento, así es que se acabó, hombre: ¡Que te den! Me piro. ¡Vete a la mierda!

15 enero, 2012

PROCRASTINAR

Ciclo - Matta

Pocas cosas son tan universales como el propósito de pulir alguno de nuestros hábitos menos saludables, siempre que estrenamos un nuevo año. Buscamos rehacernos siquiera un tanto, como lo más natural, presentándonos al examen de mejora en su convocatoria de cada enero. Conque, dadas las fechas corrientes, en éstas nos andamos algunos, sabedores de que, no bien transcurrido medio mes, otros ya habrán tomado la decisión de procrastinar sus intentos. Sí, de procrastinar; eso que parece una cosa bien perversa, sólo de lo mal que suena, y que, empero, es un verbo tan latino como inaudito; una acción traducible en inacción, que significa posponer, diferir, aplazar. Y algo que, por cierto, puede llegar a ser enfermizo, según cuánto uno lo haga y cómo lo viva o se lo cuente a su psicólogo de cabecera. Palabra de tal.
O sea que saco lo de procrastinar las buenas intenciones de año nuevo, pero también porque observo que, en los días de recoger las zarandajas fiesteras, hay gente que posterga hasta lo más peregrino y eso me llama la atención. El otro día, por caso, estuve en el piso de un amigo (íbamos al cine) y acredité que aún tenía sin retirar algún que otro derrelicto navideño: el árbol chino de incierto plástico y unos cuantos muérdagos por ahí colgando. Ya; lo tengo que subir al camarote, se excusa calzándose los zapatos. Y su mujer me apunta con sorna: El año pasado hizo récord y tuvimos arbolito hasta casi febrero... En fin, aquello del no dejes para mañana, lo que puedas hacer pasado mañana, que dicen que dijo Wilde. Luego, volviendo de la peli, crucé media ciudad y anoté, a día 11, hasta cinco olentzeros y papanoeles trepando aún miradores y balcones. Me pregunto qué extraño desprecio al prójimo impide a sus propietarios quitarlos de en medio, una vez liquidada la locura de los regalos. Semejante indolencia, les pinta de cuerpo entero... Pero, en fin, como yo también quiero ser algo mejor este año, me voy a limitar a animar a todos estos flojos de la resaca navideña a que obren como mi vecino y amigo Agustín, quien cada 7 de enero sale a tientas de su piso con un pedazo de árbol artificial erecto (cargado de bolas bailonas, espumillón y cables con lucecitas colgando), y lo conduce pegado al pecho, torcido de caer, la visibilidad nula, haciendo equilibrios escaleras arriba hacia el trastero. Y, tal y como fatigosamente en él lo aparca, prometo que así volverá a su casa en el siguiente Adviento. Práctico como él solo, también es todo un ejemplo; porque Agus no procrastina como otros, no... Y, tan digno y donoso, cuando sube o baja el pino, de verdad, es cosa de verle.

08 enero, 2012

AFORISMOS DEL SILENCIO

Edad de oro - Vaszary

VANITY
No solemos elogiar a quien nos habla, por lo que dice,
sino al que calla, porque nos escucha.

PARLAMENTO
Los silencios son a veces
las partes más provechosas de una conversación,
y sin embargo nos parecen las menos necesarias.

INTERPRETAR
Nunca se explica mejor el amor
que cuando lo hace en silencio.

EMANACIONES
Como el vaho que exhalas en invierno,
la verdad de las cosas se evapora
cuando abandona el calor de tu intimidad y la muestras al mundo,
disfrazada de inútiles palabras.

SUTILEZA
La lucidez es un fruto que madura en el fértil erial del silencio.

 
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