11 diciembre, 2011

ALEJANDRA

Mujer con vestido azul - Modigliani

Academia Richemont de Vannes, Bretaña. Ha comenzado la clase y Alejandra, la profesora de español, pregunta a Martine si ya tiene elegida la canción sobre la que un día trabajarán en el grupo. Martine asiente y comenta que hace años, durante unas vacaciones en Cadaqués, escuchó Mediterráneo y le había gustado aún sin entenderla. Se la ha descargado de la red, para el ejercicio, y precisamente la tiene en su pendrive. Buena elección, dice Alejandra. Cuando localice la letra, repartirá fotocopias para, entre todos, comprender y apreciar la poesía que entreteje el texto... Sin embargo, no va a esperar: Decide pedirle la canción a Martine y ponerla en ese mismo momento, con la intención de que su variopinto y adulto alumnado se vaya familiarizando al menos con la melodía. Así que introduce el dispositivo en su portátil y, a través de los altavoces, el tema de Serrat comienza a sonar en el aula. Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa, y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya...
Ya desde los primeros acordes, Alejandra siente su pecho invadido por una repentina emoción. Se le eriza el vello, parece estrechársele la garganta, respira hondamente... y un par de lágrimas comienzan a resbalar por sus mejillas. Durante los tres minutos y medio de Mediterráneo, en la mente de Alejandra se proyectan mil imágenes. De la mano de su memoria emocional, pasado y presente se intercalan, se funden: aquellas lejanas vacaciones bretonas, cuando conoció a Jean-Marc, el amor y los viajes, su trabajo como profesora, dos hijos, las distancias y las crisis, la añoranza, cuarenta y uno recién cumplidos, no esta mal, resume para sí. La vida... Nada existe más irrecuperable que el pasado, nada está más lejos; ni siquiera esos mil doscientos noventa y tres kilómetros que la separan de su madre y hermanas, de sus amigas, de su ciudad, de su niñez y su juventud...
Termina la canción y, saliendo de sí, Alejandra sonríe levemente azorada, pide tontamente perdón, explica en francés que no sabe bien qué le ha pasado, que la canción le ha debido pillar floja... Y se encoge de hombros suscitando una cariñosa compasión en el grupo, que sonríe con ella. Se enjuga el surco de una lágrima rezagada con un pañuelo de papel y no puede por menos que reír abiertamente delante de la clase, cuando uno de sus alumnos le jalea: Courage, la belle!, aunando la simpatía del grupo. Merci, Joël. Buena gente, se dice con un punto de entrañable satisfacción, mientras retoma el libro de texto. Y, abriendo la página en la lección cuarta, cuyo centro de interés es el pretérito indefinido, recuerda aquella frase de Aurore Dupin que hace ya un siglo anotó en su viejo diario: Dios ha puesto tan cerca el placer tan cerca del dolor que, muchas veces lloramos de alegría.
 
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