23 octubre, 2011

EN EL TRASTERO

Luz de patio - Iturria

—¿Te encuentras bien, Edu?
—Sí, gracias; sólo ha sido un mareo —mentí—. A veces me pasa...
Eso es lo que le dije al del tercero, desde el suelo. Mi trastero es el 7-A, en el sótano del edificio. Y no te imaginas lo que fue bajar aquel día, para guardar unos cachivaches que me estorbaban en el piso, abrir la puerta... y verme arrollado por aquel increíble vendaval. Sí, vendaval, has oído bien. Que tú gires la llave y recibas un huracán, una ventolera de tal magnitud que te arroje violentamente contra la pared del corredor; ¡que te pase eso, y luego me cuentas! No, ni te lo imaginas ni te lo crees, ya lo sé. Y sin embargo sucedió la tarde aquella. Quedé conmocionado en el suelo, ¡Dios, el miedo que me entró!, hasta que apareció el vecino, que andaba por allí abajo, me vio tirado sobre la loseta y me ayudó a levantarme. ¡Un mareo...! Por supuesto no entré en el trastero, lo cerré y subí a casa con las cosas que había bajado. Durante días tuve dolorida la espalda, del batacazo, pero sobre todo me angustié. ¿Qué sucedió en esa décima de segundo, según abrí la puerta? ¿Qué produjo aquel ciclón, en un cuartucho ciego, sin ventilación ni corrientes de aire? ¿Cómo fue posible que me lanzara contra la pared...? Buffff. Hoy me he decidido a contártelo, y es que hasta ahora no lo he hablado con nadie... Ni he vuelto a bajar al sótano. ¡Que le den por el culo al trastero, y a todas las mierdas que tengo allí amontonadas!
Pero no me puedo quitar la obsesión y ya me está jodiendo. El caso es que hace diez días me acerqué hasta el catastro, a investigar. Sí, suena ridículo, pero métete en mi piel. Sin embargo, verás que no perdí el tiempo. Allí me dijeron que en la finca de mi edificio hubo un caserío, que se quemó totalmente el día de Nochebuena de 1913. Después sólo quedó un solar vacío, hasta hace unos años cuando hicieron la urbanización en la que vivo. Supe también quién fue su último propietario, así que esa misma mañana me acerqué al Archivo Diocesano, donde guardan microfilmados los Libros Sacramentales de la provincia; ya sabes: los de bautismos, casamientos, defunciones. Me ayudó a manejarme el encargado y, con los datos de que disponía, pude ver las partidas de los últimos moradores del caserío, un matrimonio y sus tres hijos. Se habían casado en 1905, tuvieron primero una niña y dos niños gemelos después. Cuando acudí al Libro de Defunciones vi consignadas las muertes de Fermín P. y de Águeda G. y de sus dos hijos varones, en la madrugada del 25 de diciembre de 1913. Sin embargo, no hallé rastro alguno del fallecimiento de Nieves, la hija mayor. Acudí otro día, esta vez al archivo municipal en donde encontré documentado aquel incendio y únicamente pude saber... que no hallaron el cadáver de la niña entre los escombros. Hubo al parecer una investigación en aquel entonces, la dieron por desaparecida. ¿Lo captas? ¡Desaparecida! Es que sólo lo pienso y ya se me congela el estómago. Y dirás, este Edu está del tarro. Ya; cree lo que quieras... Pero, dime al menos: ¿te explicas que no siguiera indagando? ¿Entiendes por qué no he vuelto a bajar a la mierda del trastero? ¿Y por qué no quiero hablar con nadie de esto? Por cierto, ¿sabes que he puesto el piso en venta, que me quiero largar de aquí? Sí, ríete, llámame flojo, sí, y cagueta... Pero ya te digo que no, que es que no te imaginas, ni remotamente, lo que sentí aquel día en el sótano. Claro que no, que no, tío; ¡que ni de coña te lo imaginas!
 
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