02 octubre, 2011

CUATRO NOTAS PARISINAS

París por la ventana - Chagall

Acercarse a las viejas ciudades europeas es un saludable ejercicio para el corazón viajero, entre otros motivos porque esa historia inmemorial que las suele identificar, invade y contagia a todo aquél que recorre sus callejas o sus grandes avenidas y bulevares, transportándole no sólo en el espacio, también en el tiempo. París es una de estas magníficas urbes, imperial y seductora, en la que, por mucho que uno la haya visitado media docena de veces, siempre encontrará bellos rincones que desconocía y más de un feliz motivo por el que prometerse volver. Precisamente para quien tiene esta intención, dejo aquí cuatro notas de mis últimos paseos por la Ciudad de la Luz, así llamada por ser la primera urbe en dotar a sus calles y edificios notables de luz eléctrica:
Orsay: Quien tema perderse en el imponente Louvre, puede muy bien dejarse embelesar por las maravillosas telas del impresionismo francés, a través del museo de la Gare d’Orsay. Contemplar el Angelus de Millet, el Bal du moulin de Renoir o Les coquelicots de Monet constituye una experiencia casi mística. La vieja estación de tren transformada en pinacoteca, es uno de los prodigios parisinos del que se puede dar buena cuenta en tan solo una mañana.
Sainte Chapelle: En la Isla de la Cité, junto a la Conciergerie, se encuentra esta primorosa joya de pureza gótica, concebida en el siglo XIII para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo. Con dos esbeltas plantas, sus enormes y esplendorosos vitrales recogen la luz diurna como un milagroso calidoscopio, encandilando a quien accede al interior del pequeño templo, observa durante unos minutos su magistral factura y respira la luminosa y colorida belleza que lo inunda.
Torres: De la basílica del Sacre-Coeur, en Montmartre, y de la catedral de Notre-Dame, kilómetro 0 de todas las rutas francesas, en la Île, nada cabe añadir a todo lo que se ha dicho y escrito. Sin embargo, es muy recomendable subir a sus torres. La panorámica general de la ciudad que se nos ofrece desde el Dôme del Sagrado Corazón es un apetecible regalo para la vista; y lo mismo sucede cuando, en el corazón de la villa, coronamos los centenares de escalones del interior de Notre-Dame, para asomarnos entre gárgolas a la vieja Cité, como lo hiciera miles de veces Quasimodo, el infortunado jorobado que inmortalizó Hugo en Nuestra Señora de París. (Para rentabilizar estas y otras visitas, conviene adquirir el Paris Pass Museum, que economiza costes y evita colas al facilitar, aunque no siempre, un acceso rápido con su presentación.)
Galerías: La Isla de San Luis, al paso del Sena, es un recoleto enclave parisino que acoge un selecto comercio, en el que destacan especialmente sus coquetas galerías de pintura. Otra opción de recreo artístico es la porticada Plaza de los Vosgos, en el barrio del Marais, repleta de sencillas tiendas de arte, junto a las cuales resulta muy agradable pasear... y entre las que encontraremos y podremos visitar, si nos cuadra, la casa de Víctor Hugo, hoy convertida en un pequeño museo...
Como sea, la actual Lutecia jamás defrauda. Por eso, cuando planifiquemos una salida, nos convendrá tener presente que, como reza el viejo dicho, si algo nos falla o nos va mal, no importa: siempre nos quedará París.
 
ir arriba