11 septiembre, 2011

TU PECHO

Neuma - Valls

Declina el día en sus últimos fulgores, un cielo deshilachado de naranjas y violetas irisaciones que observo tras la ventana abierta, tendido junto a ti. Embelesado por esta luz postrimera, que se rinde bella y fatigada al final de la tarde, abandono mi cabeza en tu pecho y, mecido por la mansa marea de tu respiración, el embate de cada ola es un arrullo que me inunda de quietud... Contemplo la luminiscencia del atardecer y pienso que amo tu pecho; que lo amo como se ama el amor tangible, el cuerpo que uno abraza; pero también como se aman las ausencias, un feliz recuerdo, los amores fallecidos y lo más sagrado. Sí, amo tu pecho y gozo de este augurio de penumbra que se cierne morosamente sobre nosotros, mientras escucho la letanía de tu corazón, rubricando el tránsito de los segundos que disfruto a tu lado. Dulce embriaguez vespertina, plácido sopor; tu pecho... Tu pecho abriga la armonía que aderezan todos los mares del deseo, mientras yo busco interpretar la adorable composición que el contacto físico va relatando en silencio. Mares rumorosos en los que me sumerge la cadencia sensual de tu respiración y esta luminosidad moribunda de la tarde, que me absorbe y me invita a desertar del mundo... igual que deserta la luz hacia el crepúsculo, hasta morir en él.
Ha aparecido la luna, como por ensalmo, casi llena, cada vez más nítida y viva. Y, mirándola, siento que existe un orden natural en cuanto nos rodea. Entonces pienso en decírtelo, pero luego callo y consiento que mi amor por ti se solvente en este instante de desmemorias, en que permanezco dulcemente embaucado por el calor que tu pecho desprende... Observo cómo se nos hace la noche y la luna se perfila en esa ventana de septiembre que atardece en mis ojos, y, cuando los cierro, me digo que la luna es también un amor, y que la luna fulgura y es sublime, y que la luna definitivamente eres tú, resplandeciendo omnipresente aquí, ahí fuera y dondequiera que tu imagen se refleje.
 
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