31 julio, 2010

UN ABRAZO

Abrazo - Aranyshev

Llegará un día en el que, por más que uno de los dos quiera, no nos podremos abrazar. Ese día, que quiero suponer todavía muy lejano, sin embargo llegará. Llegará y, entonces, tu pecho y el mío se sentirán huérfanos de calor; unos brazos, tal vez los tuyos, quizá los míos, se verán desfallecidos, anhelando estrechar contra sí a quien, de los dos, ya no esté.
Esta simple reflexión, este pensamiento fugaz como el tiempo que me lleve pasarlo al papel, una vez más me asalta y me toma, me empuja nuevamente hacia ti. Hacia ti, tan importante en mi vida; hacia ti que eres uno de casa, cualquiera de los míos, de la gente bendita con la que me juego los cuartos, desde hace un largo trecho, sobre este camino pedregoso que nos es tan familiar y común.
Por esto, hoy, mientras esos días de irremediables ausencias se demoran, quiero robarte medio minuto. El tiempo justo que me llevará abrazarme a ti, para sentir tu respiración y tu energía, tu aliento. Déjame que te disfrute, que sea plenamente consciente del calor que me das y que, yo también, te deseo trasmitir. Un intenso afecto nos acerca, nos funde. Y eso es realmente grande. Dime: ¿no crees que sienta francamente bien cogerse? Pues ven, no perdamos tontamente otra oportunidad. Déjame que la apure, antes de que este momento se disipe... y las urgencias nos invadan de nuevo, haciéndonos relegar los pequeños detalles que tanto sentido dan a nuestras vidas.
Ven, antes también de que llegue ese día en que ya no lo podamos hacer... Démonoslo ya, enteramente, un abrazo.

25 julio, 2010

EL REY DE MUSTANG

Frec de Maloia - Cuixart

Quise un día ser monarca del reino de Mustang. Durante un tiempo, perseguí exiliarme de los fragores del mundo, más allá de las últimas montañas, cercado por cielos de una luz hepática y mortecina que los ojos humanos raramente alcanzan a ver. El último rey, el rey proscrito, el rey solo. Buscaba ser rajá de un pequeño feudo en el que mi corazón soportaría los más crudos climas, soberano de un territorio poblado por mil vientos heladores que arrastran consigo los lamentos de los dioses. Ingenuamente protegí mi dominio de las corrientes extranjeras y levanté muros de piedra suturando cada herida de aquella tierra yerma que sería mi gobierno...
Eso quise un día ser, el rey de Mustang. Pero, necio de mí, no supe renegar de mi plebeyo origen, de mi humana condición de amante. Así, cada atardecer resucité un episodio de mi vida anterior, descuidando el desfiladero de los recuerdos, por el que calladamente discurre un riachuelo de oro gris... Y fue, siguiendo su curso, por donde al caer de una tarde llegaste tú. Tú, entre mis evocaciones; tú que, inocentemente, burlabas mis defensas con tu reveladora presencia, humillada sin embargo ante mi fortificación absurda. ¡Iluso de mí...! Todos mis propósitos se truncaron, cuando te vi aparecer descalza, caminando sin urgencias, penetrando en el castillo de desechos que había erigido en torno al más inútil de mis empeños... ¡Ah, mi remoto reino de Mustang! Mi loco y estéril dominio, tomado en un solo asalto por ti, en la conmovedora luminiscencia del crepúsculo. Sí, allí, tú... la magia de la vida y la luz.

Hoy vuelvo la vista atrás y bendigo el día en que robaste mi mirada y, de tu mano, abandoné el viento glacial y las montañas más altas, para regresar al mundo real. Hoy, después de aquello, después de tanto... Sin embargo, también hoy, un resto de aquel frío virgen y acerado permanece todavía en mi interior. Es el poso del tiempo de expatriación, el aliento de mi pretérita locura... Descubro ante ti mis viejas cicatrices y sonrío. Camino a tu lado y sé que, pese a todo, siempre vivirá en mi más profunda entraña algo de eso que, imposiblemente, quise un día ser: el último rey del lejano, baldío y olvidado reino de Mustang.

18 julio, 2010

MARCUSE

El Gran Juego - De Chirico

La filosofía radical de Herbert Marcuse inspiró la ideología política crítica de los años 60 y de la revuelta estudiantil del mayo francés. Sólo por esto, que ya me parece mucho, bien merece un recordatorio en estos días.
En lo más propiamente personal, leí a Marcuse en mi época de estudiante y sus
ideas cambiaron mi forma de ver el mundo y de situarme en él. Tengo lleno de subrayados y notas marginales El hombre unidimensional, un libro en el que explicaba cómo el consumismo y la “liberación de las costumbres” de la sociedad capitalista avanzada hacen del hombre un ser cada vez más adaptado e integrado al sistema... A partir de lo cual se diluyen la oposición y la crítica, pues la sociedad unidimensional las asimila, absorbiendo en su seno cualquier alternativa.
Leyendo a Marcuse, la realidad se le volvía a uno engañosa: El capitalismo avanzado ejerce sutilmente su control, manipulando los deseos y las necesidades de las personas. No sólo determina las ocupaciones, las habilidades y las actitudes socialmente requeridas, sino también las necesidades y aspiraciones individuales.
La aparente libertad de los sistemas democráticos esconde formas organizadas de represión y control social.
¿Qué significaba entonces la democracia? ¿Qué era realmente la libertad? Marcuse se estaba anticipando a las doctrinas del “pensamiento único” y de la “globalización”, cuando denunciaba la unidimensionalidad, la homogeneidad aplastante del pensamiento y la acción, que eliminan todo impulso crítico y transformador. No existe una verdadera oposición, no hay disidencia. Hasta el proletariado pierde su marca revolucionaria, seducido por el confort y el consumismo...
Todo esto era desalentador. En plena Transición, me avanzaba la idea de que terminaría viviendo en una cómoda, razonable y democrática no-libertad.
Si el capitalismo absorbía la potencialidad emancipatoria de la clase trabajadora, ¿qué esperanza nos quedaba a quienes queríamos un mundo más justo y solidario? Lo denunciaba Marcuse, que existía una venenosa “tolerancia represiva”, basada en el “bienestar” y en un control social absoluto cada vez menos identificable. Cualquier contestación, nacía ya debilitada... ¿No era acaso cierto? Y concluía señalando que la esperanza de una liberación y la consecución de una sociedad abierta y libre, había dejado de estar en manos del proletariado, para pasar a las de las minorías no integradas, los grupos marginales, los excluidos del sistema, cuya sola presencia muestra la necesidad de poner fin a condiciones e instituciones intolerables. ¿Y no sucede esto también hoy, incluso más que nunca?
Marcuse estaba convencido de que sólo los desposeídos
podían ejercer una oposición radical y una verdadera emancipación. Por eso les prestó su apoyo, impulsando una nueva izquierda contraria al marxismo ortodoxo y radicalmente crítica y opositora contra el establishment.
Marcuse falleció el 29 de julio de 1979. Guardo recortado, entre las páginas de El hombre unidimensional, el obituario del periódico por el que supe de su muerte.

11 julio, 2010

EL LINCE

Peatones - López Román

Sí... ¿Joaquín? Este... No, no se espante. Y perdone que me entrometa de este modo en su pensamiento. Lo siento, es la única manera... Aunque usted no lo va a entender. En fin, no nos conocemos, pero aguante un poco. Y estese tranquilo, por favor. No, no soy una vaina de alucinación auditiva; no, no está usted pirucho, créame. Sé lo que piensa, pero escuche, se lo ruego, e intente relajarse. Eso es, gracias... Mire, me llamo Rafael o, mejor dicho, me llamaba hasta hace unos días, porque el jueves pasado, a las siete y veintidós de la tarde, fallecí. Lo sé, suena increíble. Yo tampoco estaba preparado para esta joda, y es que todo llega tan de una... Sí: soy un intruso, pero le repito que sólo así puedo llegarle al bocho, quiero decir a ese lado, adonde están usted... y la vida. Este... Naturalmente se preguntará por qué lo elegí para colarme como un plomazo en su cabeza. Joaquín, no rebulla tanto, no se inquiete y... ¡Escuchá, mierda! Perdón, atiéndame, que apenas tengo unos minutos. El asunto es el que sigue: Soy argentino y tengo 43 años o, más bien, ambas cosas era y tenía. Llevaba cuatro en España, doce casado y seis meses con una amante. De acuerdo: un medio trucho... pero le confieso, en mi descarga, que no fui yo quien primero tiró los galgos. Tuve mis motivos para dejarme llevar, pero no divagaré con detalles. El caso es que mi amante es o era Flora, exactamente, ya la conoce, su vecina, y que si lo engancho a usted es porque me consta que no pertenece a esa manga de boludos que simulan cordura y sensatez, pero que son insensibles al dolor humano. Porque le cuento lo que sucede: Yo había quedado con Flora en su departamento el pasado jueves, o sea el día de autos, ahí mismo, puerta con puerta de la suya... Joaquín, ¡bancáme loco!, veo que hace por escucharme, pero, ¿le importaría apagar el televisor? Ahora lo necesito entero, ¿sí? Eso es, soberbio. Este... Le explicaba que habíamos quedado en vernos, lo cual era decir en amarnos... ¡Ah, amigo: qué minón tiene usted ahí enfrente! Tierna, gauchita, sensual. No la olvidaré mientras... ¡mierda!, mientras esté muerto. ¿Quiere saber cómo me llamaba, después de yacer? Escuchá, loco, y tomá nota: “Mi lince”, che; me decía “mi lince”. Disculpe mi vehemencia, y también que me salga vosearlo, pero ¿no le parece bárbaro? Porque, para mí que vengo de donde sos más grande si te dicen tigre o puma o potro, que una piba te llame lince es lo más. Lo más, ¿entiende, Joaquín? “Mi lince...” Aún muerto, ardo de vanidad... Pero le decía que nos veíamos los jueves, cuando el marido de Flora, sí, su vecino, lo sé, por favor, no me cruce su pensamiento... Gracias. O sea que los jueves, este, nos veíamos a las siete y media, minutos después de que él saliera hacia su club para jugar al póquer. Nada de celulares ni boludeces, ninguna pista que pudiera liarnos. Yo caía en el Café Moderno, frente a su bulín, y aguardaba desde un velador, junto a la vitrina, a que ella bajara la persiana de su habitación. Era la señal. Entonces me colaba discretamente en el portal, subía... y allá que apurábamos nuestra hora de gloria. Una hora. Se me hacía cortito como patada de chancho, pero fue el límite convenido. Si la viera... Sus manos, sus ojos, sus pechos... Estoy seguro de que, usted mismo, más de una vez se los mira al bies... Pero, sí, perdone, este... Resulta que el pasado jueves salí de mi casa (vivo en López Aranguren) y, al poco, empezó a llover y hube de refugiarme para no llegar hecho sopa. Aquella mierda no paraba y, no viendo un taxi libre, no tuve otro remedio que cagarme mojando, por estar a la hora de la cita. Así que corrí literalmente de cuadra en cuadra y crucé los semáforos en rojo que me permitió el jodido tráfico. Pero no todos, desgraciadamente, porque fue en uno de éstos, en la calle José Luis Sampedro, cuando precisamente un taxista pelotudo me llevó puesto. Reconozco mi cagada, pero créame que, loco como iba y en medio del diluvio, no lo vi llegar. Verdad que el choque no fue violento, pero la puta leche dio con mi cabeza contra un macetero de piedra... Y ahí terminó todo: en aquel mismo instante me morí. ¡La gran concha de su madre! Uno corre tras la felicidad y la guadaña va y le pega el tajo... Pero no, no tengo tiempo de filosofar y, además, no me consta que mi jodida suerte me dé nuevamente chance de estar con usted. Oh, sí: entiendo su alivio... Sin embargo, le pido que me comprenda. Como puede suponer, mi pechugona nada sabe de mí desde la última vez, y la sé sumida en una angustia terrible. Por mi parte, intenté ingresar en su pensamiento, como he hecho con usted, pero al cabo hice que confundiera sus deseos con desvaríos y sólo conseguí mortificarla. Cada vez que le hablé, creyó volverse loca y no dio crédito a mis palabras, que atribuyó a su imaginación delirante. Sí, veo que lo entiende. Yo, este... ya recién le pido disculpas, Joaquín. Pero es que mañana es jueves y, como otros jueves, la pobre flaca bajará su persiana sobre las siete y cuarto de la tarde, confiando en volverme a ver. Esta vez lo hará inquieta, carcomida por la duda... Vos sabés, Joaquín, que no hay mayor tormento que la incertidumbre. Y, precisamente por esto, le solicito fervorosamente un favor: que la libere de la tortura por la que habría de pasar tras mis ausencias, aunque le cause un sufrimiento en apariencia mayor, cuando le diga que he muerto. Estoy convencido de que con la verdad consolará su pena... pues, en la vida, lo que a uno lo mantiene en pie son las certezas. Se lo suplico: Baje usted mañana a las siete al Café Moderno y ocupe mi lugar en uno de los veladores que da a la calle. Cuando baje la persianita, llame a su casa y pídale permiso para entrar. Seguro que ella buscará nerviosamente una excusa para despachar a su inoportuno vecino, pues esperará que yo aparezca. Pero, aproveche que se tratan de hace años, para rogarle que le atienda. Dígale entonces que llega de parte de Rafael, dígale del Lince... y ella, muy loca, lo presiento, le hará pasar. ¡Oh, pobrecita flaca...! Entonces cuéntele la verdad, Joaquín: Explíquele que me colé en su pensamiento, como había intentado hacer en el suyo. Dígale que le relaté lo que me aconteció el pasado jueves, que fallecí... y, por favor, confírmele que fue la maldita lluvia la que me apartó de su lado. ¿Lo hará por mí...? Gracias por no cagárseme en las patas, con este entrometimiento, de veras... Ah, este... Y dígale también que la quiero; se lo imploro... Después ya nunca más lo molestaré. Le juro, Joaquín, amigo mío, que no lo haré, créame, que lo dejaré en paz... por toda esta puta eternidad.

04 julio, 2010

LA UTOPÍA - Birri

Paisaje magnético - Polke

«Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, sé que nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve entonces la utopía? Para eso sirve, para caminar.»
 
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