25 abril, 2010

LAS AGUJAS VERDES - Arrow

Viento en los pinos - Arikha

El abeto no tiene opción al comenzar su vida en la grieta de una roca, y sobre el suelo se eleva un tronco retorcido, que ha crecido en arrebatos irregulares de energía, estropeado por las ramas muertas y quebradas y doblado hacia un lado por los impetuosos vientos. Sin embargo, en lo alto de su copa algunas ramitas mantienen sus agujas verdes año tras año y dan prueba de que, aunque imperfecto, deforme y lleno de cicatrices, el árbol vive.


18 abril, 2010

QUERER LO QUE SE HACE

Desocupados - Berni

Confieso que no termina de convencerme la fórmula de selección que obra tras esa imagen tan repetida en la que quien opta a un puesto de trabajo ha de avanzar sobre la mesa del examinador sus titulaciones, casi antes de poder decir siquiera buenos días. Alguna vez me ha tocado actuar en este escenario y revisar y puntuar currículos, esos compendios obtenidos a fuerza de hincar el codo y aflojar la tela, que nos preceden a la hora de incrustarnos en el feroz mundo de la competencia profesional. Y si no me dicen gran cosa es porque, detrás de ellos, se ve poco más que una presunta erudición, resumida y pasada a limpio, permaneciendo absolutamente emboscada la persona que me interesa, la más... real.
Pero, hablando de mostrar las propias credenciales, tampoco me gustan demasiado las biografías, versiones con ínfulas literarias de lo que uno dice que ha hecho en este mundo, por razón de que en ellas se borra más que se escribe y porque nunca alcanzarán a contener aquello que el biografiado declinó realizar en su vida. Y es que esto también le hace a uno quien es: la renuncia a todo lo que pudo ser... y fue decidiendo que no sería.
Sea cual sea el caso, con mejor o peor carta de presentación, saber lo que uno quiere hacer en la vida, es mayormente una eterna preocupación de juventud que, con ser ciertamente difícil, no parece un problema insoluble. Para la inmensa mayoría de la gente, el problema universal, el gran problema de todas las edades y tiempos, una vez sabido lo que se quiere, sigue siendo poder hacer lo que se quiere...
Sin embargo, y aunque no quiero convertir este desenlace en un galimatías, ya sentenció el viejo Tolstoi que el secreto de la felicidad no consiste en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer lo que se hace.

11 abril, 2010

ESTEBAN CUMPLIÓ CINCUENTA

Atardecer en Fire Island - Collins

Esteban cumplió cincuenta y lo celebramos con él, sus dos chicas, unos amigos y yo. El lugar: La Fábrica, playa de Larena, cerca de Bilbao. Una estupenda comida, una agradable sobremesa. Cuando regresaba, a media tarde, conduje los ochenta kilómetros que me separan de ese recorte del Cantábrico paladeando el atardecer, las primeras pinceladas solares que acicalan el paisaje de nuestra primavera septentrional. Me envolvía la música de Gilmour y hubiera continuado, más allá de mi ciudad de adopción, dejándome llevar. Todos hemos experimentado alguna vez esa sensación de acogedor aislamiento, íntimamente necesario. Me sentía francamente bien, mientras pensaba en él, en Esteban. Esteban pródigo, solvente, arrollador; Esteban, la misma tierna y cálida sonrisa que conocí hace más de seis lustros. Recordaba con un punto de emoción nuestro codo con codo en la universidad, la carrera hilvanada entre las peceras de estudio y las tabernas de Deusto y las Siete Calles bilbaínas, los posteriores encuentros, ya ambos con familia, distantes en el devenir de agendas y rutinas, pero tan próximos en el compás de ese minutero que marca el tiempo del corazón. Pensaba en el pedazo de vida que comparto con él, en las cañas y pitillos de juventud, en nuestras devociones literarias y musicales, en su temprana pasión por Springsteen, en las cenas de tasca, las discusiones y las copas, en los mil momentos trajinados en desafiar al perro mundo y en vivir...
Poco a poco, vamos llegando todos a los cincuenta. Hablo de mí y de ellos, hablo de mis amigos, engastados en una generación que dejó los pasajes de una infancia en blanco y negro, para crecer con el horizonte de la esperanzadora Transición. Una generación de en medio, que descubrió las tonalidades impredecibles de la diferencia, que reivindicó el pacifismo y a los intelectuales de izquierda, a los gays, a los objetores y a los proscritos, que ondeó banderas zurcidas con los retales de un jipismo tardío y advenedizo, y se lanzó a viajar a dedo hacia aquella desconocida Europa que nos desconocía; una generación combativa, empecinada en cambiar las viejas normas del porque-sí, ilusionada con inventar nuevas formas de aprender, de relacionarse, de amar...
No fuimos mejores que otros; ni siquiera más importantes. Pero sé que mi memoria no está teñida de engreimiento, si digo que hicimos cuanto pudimos por estar donde nos correspondía, librando batalla, como tanta otra gente, en aquel cachito de la historia moderna de un país que anhelaba renacer de entre sus miserias...
Ahora que, como decía Gil de Biedma, de casi todo han pasado ya veinte años, me queda un poso de gozo cada vez que me veo con alguno de los más míos. Como hoy, que compongo una improvisada fotografía y no puedo por menos que sonreír al imaginarla: Es Esteban, son mis amigos, ellos y yo mismo, algo más fondones y aburguesados, pero mirando aún hacia el mismo viejo y querido horizonte... una vez franqueados los cincuenta.

04 abril, 2010

ILUSIÓN Y VIENTO

El violinista azul - Chagall

No recuerdo haber tenido que enmascararme apenas, para llegar a ser quien ahora soy: Este hombre cualquiera que se asea con pulcritud y desayuna fuerte, trabaja lo necesario y se cuida sin exageraciones, alguien que premedita bastante sus actos, pero casi nunca demasiado, el tipo que forcejea con el mundo, acaricia a solas el aire, compone en su cabeza sensaciones y trenza y escribe sus retales de vida para saberse, para tenerse en pie. Este mismo hombre que también se impacienta y sulfura, el vehemente que gesticula y hace vientos con los brazos, quien, cuando los lobos acechan, se blinda hasta los dientes, agazapado en una esquina prestada de la campana de Gauss; el que defiende los cuatro principios que le quedan, a base de alambradas...
No, para llegar hasta aquí, no me tuve que cubrir tanto.
Cuando leo mis viejos diarios y rememoro fragmentos de mi infancia, redescubro al crío desnudo que, al igual que todos, fui; al niño aquel que, como decía Mark Twain, podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no... Y, al hacerlo, aún siento cómo latía su corazón cuando corría entusiasmado en pos de materializar sus fantasías, y su agitado afán por abrirse paso y avanzar, buscando claros en el paisaje umbrío de un bosque de incógnitas. Le recuerdo también deslumbrado, pese a todo, por la extraña luminosidad de las pequeñas revelaciones, de los matices delicados, de las cosas bellas...
Tal vez mis evocaciones no sean del todo precisas, pero tengo para mí que,
entonces, el chiquillo que fui se armaba de viento y de ilusión para abordar sus sueños y, ahora que lo pienso, creo que probablemente viento e ilusión eran lo único y más hermoso que, para crecer y hacerse mayor, aquel niño siempre supo que tenía a mano.
 
ir arriba