28 marzo, 2010

CON LA CUCHARITA - Aub

Monsieur Boileau - Toulouse Lautrec

Empezó a darle la vuelta al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio. (El vaso era ordinario, el lugar barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado.) Se oía el ruido del metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicar:
—Todavía no se ha deshecho el azúcar.

Para probármelo, dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió enseguida con redoblada energía a
menear metódicamente aquel brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y ruido de la cuchara contra el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo... Entonces saqué la pistola y disparé.

Crímenes perfectos
, Max Aub.

21 marzo, 2010

EL HAZ DE LUZ

Cabeza de hombre - Freud

El haz de luz es lo que miro, cuando entra Clara y me vuelvo hacia ella. Viste una suerte de harapos que no reconozco; será que son nuevos. Entonces comienza a hablarme de un verano hace tiempo extraviado y, sin ton ni son, me besa con ganas. Es curioso que, por dejarme besar, no sienta remordimientos salvo en los labios... Y, casi mientras lo pienso, Clara se aparta de mí y ni se despide; sale del cuarto. Y yo vuelvo a reparar en el haz de luz que incide en el suelo. Es como una manía mía, lo de observarlo una y otra vez. Me viene a la mente la palabra filamento. Miro el reloj de pulsera sin ver la hora. Las gafas que no tengo a mano. Pienso en ir a por... Pero es papá quien me las trae. Papá, no sabía que estuvieras en casa, le digo. No contesta. Su sordera es cada vez más evidente. Aunque, calla: ¡si papá no está sordo...! Le observo según se va y comenta que hemos dejado atrás un invierno bien frío. Y ventoso, añado. Porque fuera sopla de lo lindo y esto es algo que se oye y oye y oye...
El caso es que mi cabeza es un calidoscopio, a cuenta de la extraña alquimia sináptica. Soy yo, es el haz de luz, es la hora... Y viene desde el cielo Carmelo, a quien estoy encantado de ver. ¡Carmelo!, le digo entusiasmado y él me mira con una calma llena de melancolía. Ven, siéntate. Le ofrezco un aguachirle de café, que ni sé de dónde saco. El bueno de Carmelo lo toma como si le gustara, sonríe educadamente, desaparece. Me deja triste verle marchar tan pronto, quién sabe hasta cuándo, conque cojo un libro en blanco, sigo con mis gafas a vueltas, la hora, el filamento de luz, papá, Clara, Carmelo... ¡La repanocha! Y, por si fuera poco, aparece ahora el tal Juanan, con cara de pedir permiso para unirse a la fiesta. ¡Tu quoque... fili mii!, le suelto con resignado sarcasmo. Trae una caja de barro bajo el brazo y se siente un proscrito, según sus propias palabras. Pero yo tan terne. ¡Vaya una cosa, lo de ir por ahí de proscrito, a estas horas y con una caja de barro bajo el brazo! Entonces saca un cuaderno azul y su pluma de la caja, se abisma y se pone a garabatear en una esquina, precisamente a la luz del haz de luz. O sea del filamento. Y yo le olvido.
Vuelvo a cerrar los ojos y, por enésima vez, los vuelvo a abrir. Como no podía ser de otro modo, vuelvo a reparar en el haz de luz sobre el suelo y también en el bulto del escribiente. El filamento ya no es amarillento, ahora parece más blanco, algo menos mortecino. Deja de ser de farola callejera para hacerse de lechoso amanecer. El tal Juanan rezonga ininteligible, se mueve, viene y se acuesta pegado a mi espalda, como si tuviera frío. Ahora no ha pedido permiso y termina por abrazarme con tanta fuerza que me siento fundir... ¡Ah, no; ya basta! Resuelvo dotarme de un aire definitivamente propio. Lo mejor será que me levante, me digo y es lo que hago. Abro el grifo de la ducha, dejo que se vaya templando el agua. Entonces quedo atrapado por la imagen que, frente a mí, descubro: Pienso en el desconcertante parecido que, tras una noche en vela, tiene el tipo que me está mirando... Me llevo la mano al pómulo izquierdo y, mientras intento reconocerme, el tal Juanan sonríe entretenido, observa mi deplorable aspecto, una vez más, desde el otro lado del espejo.

14 marzo, 2010

QUISIERA SER EL MAGO

Acqua mossa - Klimt

Quisiera ser el mago que abre y separa cuidadosamente sus manos, haciendo que de ellas emerjan mil palomas, blancas como copos de nieve. Quisiera ser el niño que las mira boquiabierto, esperando que cada una de ellas vuele a lo más alto, hasta alcanzar el mismo cielo... Y quisiera ser el poeta que en cada paloma ve el copo, y en cada copo descubre un beso, y que bajo este cielo de azúcar mojado pinta la acuarela primorosa de tu reino. Quisiera ser cada uno de ellos, desde cada uno de ellos merecerte... y ser las palomas que te arrullan, los copos que livianos te rozan, los labios que arriban a tus mejillas y las sonrosan con su mimosa lumbre. Como quisiera ser, también, el promisorio sol de marzo que funde la nieve y coquetea con tu sombra cuando caminas, el espejo de un charco postrero que recorta furtivamente tu imagen, la vaharada que nace del echarpe que se recoge perfumado en tu cuello.
Quisiera ser...
Pero, siendo quien soy, me habrá de bastar con arrebujarte en mi pecho, embelesado en un trasueño que me vuelve mago, niño y poeta cuando te pretendo a mi lado. Y, en la quietud de esta mañana blanca, me contentaré con ser el jirón de un verso que flamea y rasga el escenario de la ausencia, para retribuir con un vuelo de palabras tu paciente espera. Así es que mis labios te nombran, comienzo a leer estas líneas y sólo deseo que te alcance mi voz, la sosegada rapsodia en que me deslío, para ser ante ti paloma, copo, beso, aire... y el sol tibio de marzo acariciando tu pelo.

07 marzo, 2010

LOS POCOS LIBROS

La lectora - Zaitsev

Hay quien atesora antiguos códices e incunables, quien se provee de libros corrientes que nunca empieza, quien, con los más lucidos, reviste sus estanterías. Está también el que los vende a peso o compra al detalle, aquél que los regala por amor, interés o compromiso; quien lee de fiado, el aparente olvidadizo, que acopia para sí cuantos le fueron llegando prestados, y quien los cede a regañadientes temiendo que no tengan retorno. Y es que, no en vano, alguien ya estableció dos clases de tontos en el mundo: los que prestan los libros... y los que los devuelven.
Los libros dan mucho que leer y otro tanto de que hablar, y cada cual tendría mucho que decir sobre lo que aportan a su vida. Puesto por caso, contaré qué mi empeño sobre este particular es disfrutar de una sublime biblioteca, con el menor número de libros posible. Llegué a tener (aunque fueran ellos los que en realidad me poseyeron) algo más de mil volúmenes. Partí peras, deshice metros lineales de biblioteca, con lo que ahora mismo rondaré las cuatro centenas... Y confieso que me fijo como meta no sobrepasar, de éstas, la mitad. Sí: Cada vez menos tengo, los que son para mí mejores.
Y, si fuera el caso, me extendería largo para confesar que lo que el cuerpo me pide es vaciarme, quitar contenido a lo superfluo, soltar amarras del discurso arbóreo, volverme esencial. Tener poco, lo justo; tal vez lo mínimo. De eso se trata.
Quizá sucede que ese viñedo de viejas cepas, al que pertenezco, me hace medrar como un sarmiento, con nudos flexibles y caprichosos que se revuelven y me deparan extraños modos de dar fruto que nunca antes concebí. De modo que aquí estoy, en este mojón del camino, rodeado de los todavía demasiados volúmenes que comento. Y, a día de inventario, mucho tendría que cambiar mi vida para que la peregrine como un Sísifo, amarrado a mis pertenencias. Pues creo que, cuanto existe a mi alrededor, todo lo que conforma mi universo, lo que soy y tengo, vive en mí. Incluyendo mis más preciadas lecturas...
Así es que pienso que poco o nada me llevaré cuando parta, y lo digo sonriendo, sabedor de que todo esto funcionaba sin mí y seguirá haciéndolo cuando ya no esté... Aunque, por lo mismo, serenamente sospecho que hasta lo más sagrado, sin mí, llegado el momento dejará de existir.
 
ir arriba