28 febrero, 2010

UN RINCÓN DE ANJOU

La torre de la iglesia - De Haës

Hay días de invierno que dotan a ciertos paisajes naturales de un halo singular. Días que los embellecen con una pálida neblina, de etérea refulgencia, que parece exhalada de las aguas de los ríos, de la misma corteza de la tierra. En una de estas jornadas, visité la comarca más oriental de las tierras francesas del Ducado de Anjou y tomé estas notas:
Cuando uno deja atrás la villa de Saumur, con su admirable y magnífico castillo, para remontar la margen izquierda del Loira, comienza a vislumbrar en la pared rocosa que la jalona, las primeras bocas y agujeros que fueron, hace miles de años, moradas de un asentamiento troglodita. Estamos atravesando Dampierre y, al volante, casi de soslayo, entre los huecos prehistóricos pueden verse casas perfectamente adaptadas a la piedra, cavas de vinos, viveros de champiñones y hasta algún pequeño y coqueto hotel. Así llega uno a Montsoreau, un pueblo bello como pocos, con un adorable castillo erigido a pie del mismo río. Sus calles estrechas y empedradas, habitualmente tranquilas, resultan agradables de recorrer... Como igualmente lo son las de su aldea limítrofe: Candé-Saint-Martin, crecida sobre la loma que circunvala un meandro, a la que se accede por vías de viejo y pulido pavés, hasta encumbrarse para contemplar desde su otra cara un espléndido panorama: aquél que dibujan los majestuosos y caprichosos cauces del Loira y el Vienne en su eternizado encuentro. El paisaje, desde lo alto, es remansado y sereno, y sólo el lejano humo de los reactores nucleares de la central de Chinon levemente lo emborrona.
Si entonces atardece y se piensa en cenar sin dejar la zona, Fontevraud, conocido por su esplendorosa abadía, puede ser una buena opción. Por recomendación de unos amigos, La Licorne (El Unicornio) resultaría todo un acierto. Cálido, delicadamente decorado e iluminado, con una elegante puesta en escena. Los menús, cerrados sobre la carta, brindaban una amplia e interesante oferta: desde 25 hasta 70 euros. El económico, más que cumplido: Ravioli relleno de foie-gras, con una exquisita crema de champiñones; raya con guarnición de verduritas en tempura y un suflé con sorbete de mandarina. El vino, rico y joven tinto de Saumur, iba aparte, como el café y las tres deliciosas trufas que lo acompañaron.
En fin: una recomendable visita, para cualquier época del año, que se puede desarrollar en sólo un día y rematar, a primera hora de la noche, con un bien servido colofón.

21 febrero, 2010

LOU ANDREAS-SALOMÉ

Venus Verticordia - Rossetti

Fue a finales de los 70, tras ver Más allá del bien y del mal, de Liliana Cavani, cuando supe de la existencia de Lou Andreas-Salomé, mujer que osó vivir en una imposible comunidad amorosa e intelectual con Nietzsche y el poeta Paul Rée. La película mostraba la pasión del filósofo alemán por crear la nueva moral que ya expuso en la obra que da título al film, a través de una relación triangular. «¿De qué estrellas caímos para encontrarnos aquí?», fue lo que dijo Lou, su amor más doloroso, cuando la conoció. Pero, ¿quién era ella?
Indagué (como se indagaba entonces, ¡sin Internet!) y la volví a encontrar en un librito precioso, que recogía su correspondencia con Rainer Maria Rilke, con quien viajó a Rusia siguiendo un idílico impulso que influiría decisivamente en la vida amorosa del poeta.
Pero Lou Andreas-Salomé fue también amiga predilecta de Freud, quien siempre le profesó una gran admiración («es de una peligrosa inteligencia», dijo de ella), y mantuvo relaciones de amor y amistad con grandes intelectuales, entre quienes se movió, a quienes puso en contacto y con quienes entretejió parte de la historia del pensamiento y de la literatura, en los albores del siglo XX. Cualquiera que busque saber algo de ella, comprobará que quienes la trataban sucumbián a su encanto, a su lucidez y a un fascinador carácter, marcado por la gran exigencia que demandaba en sus relaciones personales.
Eran contadas en aquella época las mujeres que "tuteaban" intelectualmente a los pensadores. lou Andreas-Salomé lo hizo, de la mano de su preparación y, sobre todo, de su insaciable curiosidad. Alguien como ella que, además, mostraba su indiferencia ante las convenciones morales, alternaba en el Hof Atelier Elvira, conocido punto de encuentro del ambiente homosexual vienés, y vivía permanentemente rodeada de un halo de vivacidad, escándalo y erotismo, no podía sino representar un desafío para una sociedad en la que finalmente iba a germinar el nazismo... Sin embargo, como anécdota, se dice que sus estudios literarios y psicoanalíticos eran tan populares en Göttingen, la ciudad alemana en la que vivió sus últimos años, que la GESTAPO aguardó a que muriera para quemar su biblioteca.

Lou Andreas-Salomé había nacido en San Petersburgo, el 12 de febrero de 1861, y falleció el 5 de febrero de 1937.

14 febrero, 2010

ENTONCES...

La barquita - Friant

Si no hubiese existido la playa de aquel lejano verano. O si, en tal día como fue, no me hubiera acercado para hablarte. Si después no me hubieses sonreído, entre extraña y divertida al conocerme, ni me hubieras enseñado tu canción preferida y no la hubiéramos cantado por las calles de nuestros paseos crepusculares. Si, todavía entonces, yo no hubiera sentido la necesidad de volverte a ver y no hubiera cejado en mi aventurado propósito hasta hacerlo. Si no hubiese existido la decolorada fotografía del encuentro, que nos retrató adolescentes en ese misterioso puente de tu ciudad que, llegado hoy, no somos capaces de localizar. Si no te hubiera escrito aquellas nueve cartas que, enlazadas por una roseta, amarillean en tu pequeño cofre de recuerdos. Si tú no me hubieras contestado. Si, transcurridos los años, no hubiese dejado ya de respirar por mis heridas y no te hubiese buscado, tan sólo por saber de ti, tras tanta vida a las espaldas. Si no me hubiera yo empeñado. Si no te hubieses tú empeñado. Si no hubieras posado tu mano sobre mi mejilla, durante esos dos segundos de más que convirtieron el vuelo de tu caricia en una señal sabiamente deliberada. Si no hubiera existido un hoy en el que recorrer las distancias pretéritas. Si yo no hubiese vuelto a ver tus ríos y tu mar, ni tú mi mar y mis ríos. Si no se hubieran reencontrado al cabo nuestras miradas, entrelazado nuestros anhelos, sellado nuestros labios. Si ni la música de aquel joven Dassin, ni la de Rodrigo Leao, los Lighthouse o Jamiroquai. Si ni esta misma de Hisiashi, que escucho ahora mientras te escribo. Si ni las hojarascas pisadas, ni los árboles pelados del invierno. Si ni el verde, ni el frío, ni los lagos. Si ni las serenas ganas de querer y dejarse amar.
Si tú no hubieras existido. Si todo esto no hubiera jamás sucedido. Entonces...

07 febrero, 2010

COHERENTES

Hombre en una hamaca - Gleizes

Somos esclavos de la simulación, de aparentar lo que difícilmente llegaremos a ser. Vivimos personificando una imagen que nos proponga ante los demás, aún cuando ésta sea una coraza o una máscara, y, a juzgar por el tiempo y la energía que dedicamos a este propósito, se diría que nos va la vida en ello.
Por esto admiro profundamente a quienes luchan por ser coherentes. La coherencia entre lo que uno siente, piensa y hace es el fundamento de su libertad. Sin embargo, el que la persigue parece condenado a peregrinar en solitario. Y, justamente por lo caro que resulta el peaje, cada cual renuncia a su autenticidad y se acomoda a los usos de una sociedad que, paradójicamente, cuanto más promete integrarle, más le aísla...
Tal vez por ello, la coherencia no es un valor en alza. Y mucho menos en este tiempo de necias y hueras servidumbres, en el que difícilmente encontraremos a alguien que esté a la altura de su retórica.
 
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