12 julio, 2009

BESOS

El beso robado - Fragonnard

Besos, besos y más besos... ¡Qué decir de los besos! Creo que uno se consume y se colma en cada beso que vive, que lo hace eterno y a la vez lo agota. Que lo gana y lo pierde, lo roba y lo restituye; que rara vez lo invierte. Besos que se desvanecen en un ámbito de aliento, piel, tiernos labios y saliva, para retornar estremecidos de anhelo, inéditos como recién nacidos, corolas que tremolan tal que si se abrieran por primera vez y, sin embargo desde siempre y para siempre... Sé que los besos tienen su propia memoria y, a la par, su afán de extravío. Besos que nos redimen de nuestra condición de almas esteparias. Besos sublimes, ingenuos, tibios, nerviosos; besos sustraídos en un descuido; besos rotos, delirantes, mudos, leves y apresurados; besos de fresas, granadas y cerezas, besos cárdenos, dulces como la malvasía...
Tengo por cierto que cada beso es único e irrepetible, como una nube pasajera en ese cielo terso y bienhechor que abriga a los amantes. Para mí, que uno reinventa su pasión cada vez que besa a quien desea. Y que, en la liturgia del beso, tanto da una mejilla, esa mano, la nuca o un pecho, siempre que los labios suelden su entrega, con la deliberada disposición de una entrañada ternura. Besos, besos y más besos...
Bécquer desliza sabiamente su pluma cuando escribe aquello de: por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo: por un beso... yo no sé qué te diera por un beso.
 
ir arriba