22 febrero, 2009

RELIEVES


Cabeza de mujer - Montserrat Gudiol

Déjame atraparte, emboscar tu cuerpo entre mis brazos, deslizar sin prisa cada una de estas palabras en la marmórea declinación de tu cuello. Quiero sentir cómo suavemente se despeña contra mi pecho tu aliento, envuelto en una cascada de cabellos... y estrujarte, y aplacar el ansia que me tienta a desertar contigo del tiempo y del mundo. Sueño; sueño y figuro en ti mi abandono, en el mar cálido y profundo de tu abrazo, cuando me embarco en él, suspenso, como un remero absuelto de su tarea por la corriente... Y si alguna certeza abrigo es la de quererte. Porque te quiero y te he querido desde la distancia inexorable del pasado, y mucho antes de hallarte ya se apretaba mi vientre al tuyo, mis dedos ya registraban tu espalda y añoraban retenerte un segundo más mis manos, cercando con caricias tu inmaculada nuca.
Me entrego a tus relieves de diosa griega y pienso en la serenidad de este amor que te trajo desde lugares imposibles para hospedarte en mi vida; de este afecto nacido y perpetrado entre viejos duelos y silenciosas complicidades; de esta ternura que me asila entre tus besos, el trasueño sin horizontes que regala tu mirada...
Hundo mi anhelo en tu pelo, eternamente, y consiento que mis ojos enceguezcan, que se silencien por siempre mis labios.

15 febrero, 2009

POEM 69 - Camille Stein


Astro Perdido - Úbeda

"Nunca mi padre me dijo que mirara al cielo, aunque en los días de lluvia asomara en silencio sus ojos trémulos, más allá de los ventanales, más allá de los edificios, más allá del agua y de las nubes de pana, más allá de las estrellas e idénticas mañanas. Y yo miraba a mi padre mirando estas cosas invisibles, estas imposibles quimeras, esta tristeza que se escurría inútil por las paredes y los tejados. Y nunca pude hacer nada para aliviar sus entrañas, que siempre fueron mías y a la vez extrañas. Mi mano permanecía como la suya, quieta, a la espera de esta nada. Ahora soy yo quien escudriña los secretos que el cielo jamás enseñará a mis ojos. Y mi mano también se cierra sola contra ese cristal sobre el que azota el viento, la lluvia."

Del Diario póstumo de una muñeca, cuaderno que Camille Stein atesora para deleite de sus visitantes: Camilleblog .

08 febrero, 2009

LOST IN TV

La casa de la casa de la casa... - Iturria

En el televisor hacían un barrido visual de la calle, una calle en una ciudad cualquiera. A paso rápido, la cámara seguía a su reportero pertrechado con un micrófono, buscando la noticia entre la gente. Entonces he podido entrever, en una esquina, por un instante, a un hombre en cuclillas, con la mano abierta y llagada. La cámara lo ha dejado a un lado, obcecada en adentrarse en el tumulto que rodeaba a una mujer joven y atractiva, tal vez famosa. Ya la tiene enfocada; el reportero se abre paso a codazos hacia ella... Y yo apago la tele; no me interesa. Sin embargo, algo permanece en mi retina tras esa sucesión de imágenes: una instantánea que poco después consigo integrar. Aquel hombre con la mano extrañamente agujereada era un mendigo... y lo sé porque en su hueco cabía una moneda.
Dejo la sala, recalo en el estudio, me acerco a la ventana. Alguien detrás de mí susurra mi nombre. Imposible, me digo, estoy solo en casa; y no me vuelvo. La nieve se derrite por segundos, como la luz poniente del día. Miro la calle vacía, miro por mirar la moribunda tarde, y veo ahí abajo a un hombre hurgando en un contenedor. Viste ropas sucias y ajadas, va forrado de harapos como un viejo clochard, tiene una bolsa de plástico en una mano y en la otra un... una gran llaga... ¡No puede ser! Siguiendo un repentino impulso, corro de un modo impremeditado hasta la cocina, preparo un bocadillo al voleo, cojo una lata de cerveza de la nevera y, franqueando la puerta, sin tiempo para esperar al ascensor, me lanzo escaleras abajo. Cuando salgo al frío de la calle, en mangas de camisa, allí no hay nadie. Permanezco perplejo, clavado en mitad de la calzada, de la nieve sucia y gris, girando el cuello a uno y otro lado... El contenedor, mudo testigo de una imposible confesión, está abierto. Voy hasta él como un autómata, haciéndome absurdas preguntas; lo cierro de un golpe seco y me inunda una vaharada de fétido olor a podredumbre. Finalmente subo cabizbajo. Bocata, lata en mano, ahora tomo el ascensor.
Incomprensiblemente, el televisor está encendido cuando entro en casa. ¿Acaso no lo había apagado? ¡Qué extraño domingo!, pienso yendo al baño. Me miro en el espejo y oigo cómo una voz, tras de mí, susurra nuevamente mi nombre. Pero estoy solo y, por esto, no me vuelvo. Al hilo del último suceso, me encuentro pensando en toda esa gente anónima y proscrita, condenada a vivir eternamente de nuestra escoria. Otra vez la voz que me nombra... Voy a quitar ese ruido de la tele. No estoy soñando, lo sé. Y, sin embargo, lo único que parece real a mi alrededor es ese locutor que mecánicamente habla al parecer del fútbol de hoy, y habla y habla y habla... Mientras retóricamente me pregunto: ¡Dios mío, hasta cuándo...!

01 febrero, 2009

CREPÚSCULO DE COBRE

Ventanas de noche - Hooper

(Tras iniciar una pedestre investigación, para descubrir quién le escribe unas bellas y anónimas cartas de amor, el opositor Terenci Poquet cree haber dado con su enigmática remitente: una mujer de cuya sola visión se ha enamorado y a la que felizmente puede espiar, pues vive a no más de cien metros del ático de alquiler que él ocupa. Así, en ocasiones la observa en secreto; otras veces se exhibe en la terraza deliberadamente, para provocar su atención. Sea como sea...)

«En aquellas semanas, fueron casi treinta las veces que anotó haberla visto, asomándose a su ventanita con el geranio en el alféizar. Verificó que lo regaba, entrada la tarde, cada tres o cuatro días y que también, a ratos, se quedaba mirando la calle, mirando sin más, hasta que desaparecía tras las cortinillas. Y con la esperanza de que ella le ubicara en el centro de su amoroso universo, Terenci se dejaba ver en la terraza y le otorgaba azarosamente su presencia de infatigable oteador de horizontes, en las tardes soleadas de la primavera. Consagraba su alma, bajo el testimonio tácito del atardecer, hasta que el crepúsculo vertía su baño de cobre sobre los perfiles quebrados de la ciudad. Y cuando la noche arrastraba las horas hacia el precipicio del pasado, él se abría nictante, como un dondiego en flor, para ofrecer lo mejor de sí, y en un ritual de oración le renovaba sus votos de amor.»

 
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