20 diciembre, 2009

DESPUÉS DE COPENHAGUE

10 gk - Toffoletti

Vivimos en un mundo de transformaciones sin precedentes. No descubro nada nuevo, si me aventuro a decir que lo de hoy no valdrá mañana, del mismo modo que ahora ya no sirve lo de ayer; que todo cambia de tal manera que subsistimos instalados en el vértigo. Como tampoco es revelador afirmar que esta ambición omnipotente del género humano pone en peligro su propia supervivencia y la de cuanto le rodea y da la vida. Que mientras nos atrevemos con la exploración del cosmos, condenamos la Tierra al caos. Que vivimos en un equilibrio ficticio, precario, insostenible. Que aspiramos a vencer las enfermedades, a vivir más tiempo, pero a la vez profanamos con nuestros vertidos el frío natural del invierno y el calor del verano. Que nuestro anhelo de mayores comodidades nos mueve a saquear sin escrúpulos los recursos naturales; que exigimos todo tipo de alimentos en cualquier estación del año, indiferentes a las cosechas y a los ciclos. Que mientras desafiamos la velocidad de la luz y diseñamos tecnologías insospechables, desarrollamos armas que ponen en peligro nuestra propia continuidad y la del planeta... Tampoco añado algo a lo ya sabido, si denuncio que este ser humano evolucionado aún no ha sido capaz de controlar su pánico, no ha extirpado el hambre y la miseria ni abolido la violencia; nada agrego, si manifiesto que desconoce la paz, que crea ciudades y espacios opresivos para vivir a salvo de sí mismo, que vuelve la espalda a la Naturaleza de la que proviene, y si compruebo que, al contrario de lo que pretende, parece no sentirse más feliz que antes... No; ciertamente no descubro nada nuevo.
Pero, a pesar de todo, no he perdido cierta esperanza y a ella me aferro y con ella empuño mi credo. Esto es algo que quiero escribir hoy, en mi página, rodeado de esta bendita nieve, desde mis coordenadas binarias, en vísperas de la Navidad. Y no he perdido esa confianza porque, pese a los despropósitos con los que agitamos el mundo, creo firmemente en la insurrección de los actos cotidianos, en los pequeños compromisos, en el testimonio y en el ejemplo de tantos y tantos seres anónimos, responsables y solidarios. Deseo significar mi enorme fe en las personas, más que en el género y la condición que nos representa; renovar mi crédito en toda aquella gente admirable que, con su coraje por vivir, propaga por puro contagio la justicia, la libertad, la paz, el amor. De estas personas, a muchas de las cuales he tenido y tengo la fortuna de conocer, rescato su pundonor y cuanto de sí dan para sostenerse a sí mismas y a quienes les rodean. Son ellas quienes, casi sin proponérselo, consiguen con sus pequeñas acciones que el mundo que hoy tenemos y, el que día a día legamos, sea siquiera un poco mejor...
Después de Copenhague, y a pesar del lamentable ejemplo y las miserables desavenencias de nuestros mandatarios, quiero dedicar mis mejores deseos a tanta gente de buena voluntad como hay repartida por nuestro planeta; personas cuya munición no es otra que la esperanza, personas que trabajan con ahínco e ilusión, convencidas de que aún el cambio y otro mundo son posibles...
Por ellas, por vosotros y vosotras, hoy sonrío agradecido y levanto mi copa.

13 diciembre, 2009

EL CÓMPLICE - Borges

El reino del vacío - Pérez Villalta

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.

06 diciembre, 2009

OVEJAS NEGRAS

Los monosabios - Pérez Villalta

Basta con observar una conversación cualquiera, para terminar intuyendo que el diálogo tiene algo-bastante de exhibicionismo, de autopromoción verbal, incluso de vanidad. Supongo que, cuando uno habla y opina, busca mostrar que tiene un criterio y, aún más, que ese criterio es propio y que desea hacerlo público y sostenerlo con decoro. La mayoría de las conversaciones nos mueven a mostrar nuestro parecer, desplegando ante los demás la consistencia de nuestro pensamiento, de nuestra cosmovisión. Y al constatarlo no eludo revisar mi propio proceder en este ámbito: Sea o no llamativo (adelanto que para mí no lo es), me he descubierto muchas veces sin opiniones que hacer valer ante los demás, sobre los más diferentes temas. Y creo que mayormente no he tenido problema en confesarlo, en decir: «Vaya, no sé; no tengo una idea clara al respecto.» Pero, también, en otras ocasiones me he animado a improvisar una respuesta y (como nos sucede alguna que otra vez a todos), sin querer, he construido sobre la marcha un criterio sorprendentemente sólido. Lo que decía Noel Clarasó: que "de muchas ideas nuestras no nos habriamos enterado jamás, si no hubiéramos sostenido largas conversaciones con otros". Tiene su gracia, esto tan latino de improvisar... En todo caso, y volviendo al principio, siempre me ha parecido poco edificante la pertinacia con la que muchas personas se obstinan en tratar de convencer a otras de que están equivocadas. Y yo me pregunto: ¿Se puede estar realmente equivocado? ¿Es que alguien posee la verdad, cuando lo que manifiesta es simplemente su opinión?
Me viene al pelo aquella vieja anécdota del astrónomo, el físico y el matemático, que viajaban en tren por tierras de Escocia. El astrónomo vio a través de la ventanilla una oveja negra en medio del campo: «¡Es fantástico —exclamó—, aquí las ovejas son negras!» A lo que, raudo, el físico repuso: «No puede decir esto, amigo mío. Sucede que algunas ovejas escocesas son negras.» Finalmente fue el matemático quien, suspirando, intervino: «Perdónenme ambos, pero la realidad es que en Escocia existe al menos una pradera que contiene al menos una oveja que tiene al menos un lado que es negro.»
Con todo lo cual, quiero defender que lo de tener un criterio sobre cuanto acontece a nuestro alrededor (que en el fondo es interpretar la realidad sobre la base de la propia razón) tal vez no sea tan trascendente como por lo general nos parece, para situarnos en el mundo. La verdad parece tener mucho de privado y bien poco de universal... Sobre todo si se considera la socorrida idea de que todo es según el color del cristal con el que se mire.

29 noviembre, 2009

WILDE

Café - Grosz

A Wilde le precede su fama, en gran medida proveniente de sus ingeniosos y cáusticos aforismos sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres, el matrimonio, el arte, la literatura, la vida social, la condición humana...
En mi personal empeño por discernir entre lo esencial y lo superfluo (entre otras cosas para desprenderme de esto último), espero que llegue el día en que mi equipaje sea tan liviano que todo cuanto lo componga quepa en una sola habitación. Los centenares de libros que aún tengo, para entonces serán probablemente tan sólo tres o cuatro decenas. Y entre ellos, si no lo he vuelvo a regalar una vez más, estará El retrato de Dorian Gray.

Oscar Wilde falleció en París, el 30 de noviembre de 1900.

Hablar
No voy a dejar de hablarle, sólo porque no me preste atención. Me gusta escucharme. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo.

Escuchar
Es peligroso escuchar. Se corre el riesgo de que le convenzan; y un hombre que permite que le convenzan con una razón, es un ser absolutamente irracional.

Opinar
Sólo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan. Sin duda, por eso mismo, las opiniones imparciales carecen de valor.

22 noviembre, 2009

LA VELA

Sábado a la tarde - Bores

Juan Carlos se enojó con Diana, aparentemente por una tontería. Aparentemente. Claro que esto sucedía cada vez con mayor frecuencia. El caso es que había preparado con todo mimo aquella cena. Venían sus dos mejores amigos con las respectivas parejas, quería quedar bien, algo en lo que habitualmente invertía buena parte de su energía: en cuidar su imagen. Una cena con varios platos a degustar, un pequeño festival para los sentidos: Primeramente el aperitivo, con un excelente cava; después, ya sentados a la mesa: lomo y jamón ibéricos, almejas a la marinera, croquetas de hongos, revuelto de gambas y ajos tiernos y su logro estrella: el crujiente de bacalao con salsa de pistachos, que remataría con una macedonia de frutas, como postre. Café y Calvados, para los hombres. Ellas, algo dulce, seguro, un Pedro Ximénez. En todo caso, pequeñas delicias aderezadas con esmero, cuya preparación le había llevado la tarde entera. Tras ducharse y cambiarse estaba algo cansado, pero satisfecho. Diana, por su parte, había salido de compras con una amiga, acababa de llegar y de poner la mesa. Una mesa que luego él revisó y corrigió: equidistancia entre las copas, alineamiento de cubiertos, cierta simetría en la composición general, esos detalles que ella siempre solía descuidar...
Pero sucedió el estúpido hecho. Se encontraba en la cocina llenando de hielo la cubitera que alojaría el Chardonnay de la cena, y sonó el timbre. «Ya están aquí.» Cuando accedió al vestíbulo para recibirles, un fuerte olor a cera perfumada saturó brusca y desagradablemente su olfato. Diana se disponía a abrir. «¡Pero a qué demonios huele!», le soltó huraño. «He encendido una vela aromática, para...» «¿Es que estás loca? ¡Con esta peste en el salón, no va a haber dios que se entere de lo que cena!» «Lo siento. No pensé...»
Los de fuera aguardaban, conque abrieron sin dilación y se produjo un pequeño revuelo de saludos y besos cruzados. Diana, algo ofuscada, se adelantó hacia el salón-comedor. Sopló la llama de la vela y su fragante humo invadió profundamente la estancia. «¡Oh, no...!» Cuando entraron los comensales, Juan Carlos la miró irritado, evidenciando su enfado, con un punto de furor. Ella hizo por disculparse. «Perdonad el olor, pero es que esta vela...» Los invitados sonrieron. «No pasa nada, chica. Tampoco huele mal.» Diana se llevó la vela a la cocina y a duras penas contuvo un sollozo. Juan Carlos descorchaba el cava, cuando ella se incorporó al grupo. Finalmente resultó una cena animada, también la sobremesa, y el cocinero recibió los consabidos elogios por sus resultados culinarios. Pero mantuvo el ceño fruncido durante el primer tramo de la velada, y apenas cruzó un par de palabras con su mujer.
Cuando marcharon los amigos, Diana recogió la mesa, tomó una aspirina y anunció que se iba a la cama. Juan Carlos, ante la tele, apuraba su copa. «Enseguida voy», dijo. Aparentemente, se le había pasado el enfado. Al día siguiente, domingo, él tenía un partido de pádel, ella se quedó arreglando un poco la casa. Aparentemente, una vez más, todo volvió a su curso. Según quienes les conocían, conformaban una estupenda pareja. Era cierto; aparentemente.

15 noviembre, 2009

ARROZ CON BOGAVANTE

El Peixerot - Descals.

Siempre me resulta curioso ver las referencias que utilizamos a la hora de identificar a una persona. Cuando era un chaval, recuerdo que en mi pueblo no era infrecuente escuchar: «Sí, hombre, Iñaki, uno que tiene un R-5 azul.» Entonces, la relación con el coche era usual, quizá porque éramos pocos y no todo el mundo tenía un utilitario. Pero, a día de hoy, lo que me parece preocupante es que en este país nuestro tan democrático, posmoderno y cachondo aún sean también tomados como datos identificativos normales los que pregonan la condición sexual de alguien, por el hecho de que ese alguien... ¡sea homosexual! Máxime cuando pisamos un territorio que, tras treinta y tantos años de renovados aires, debería estar bastante más oreado.
Como anécdota tangencial, sólo he conocido a un gilipollas que, a mayor gloria suya, alardeaba sin complejos de ser heterosexual puro. Desde luego, a un machote yo no le discuto su tronío que, a quien Dios se la dé, ya se sabe. Pero parece haber más de un ejemplar de estos en nuestra pintoresca fauna peninsular, porque no es nada raro escuchar por ahí frases del tipo: «¡No jodas, que no sabías que fulanito es maricón!»; o que «zutana sigue soltera, porque la tía es bollera.» De modo que, visto el panorama, a veces me tienta la idea de desdibujar a mi manera esta ramplona usanza. Verbi gratia, recuerdo cómo hace un tiempo tomaba una caña de cerveza con un par de, digamos, amigotes, que acababan de criticar con indisimulada hilaridad la indumentaria de un presunto gay, cuando comencé a narrarles uno de mis mejores ratos del anterior verano: aquél en el que comí en el Peixerot, de Vilanova i la Geltrú, «con mi amigo Pere, que es heterosexual —les dije—, y nos festejamos con un arroz con bogavante que estaba increíble.» Por sus caras, vi inmediatamente que el crustáceo, tan emperador de mi delicia, pasaba a un segundo plano y que lo que les distrajo eficazmente fue mi alusión a la condición sexual del Pere. Yo, ajeno, seguía explicando el culinario aderezo del plato, cuando uno de ellos arrugó la nariz y, con una mueca de perplejidad semejante a la que exhibiría quien oye que han conseguido que un mono redacte, me soltó a bocajarro:

—Perdona, pero ¿has dicho... que es heterosexual?
—Pues claro —afirmé tajantemente—: ¡Es que lo es!
Y, mientras se arqueaban entre sí las cejas, yo volví al detalle del rico arroz, animado a repetir en parecidos términos la jugada, cada vez que se me presente la ocasión de echar el anzuelo a mis más machotes, y por cierto merluzos, digamos, amigotes.

01 noviembre, 2009

EL CURSO DE TODAS LAS COSAS - Hesse

Niño - Maleki

«Acostumbramos a trazar límites demasiado estrechos a nuestra personalidad. Consideramos que solamente pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como individual y diferenciador. Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y aún más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han existido, ya sea entre los griegos, chinos o cafres, existen en nosotros como posibilidades, deseos y soluciones. Si el género humano se extinguiera con la sola excepción de un niño medianamente inteligente, sin ninguna educación, este niño volvería a descubrir el curso de todas las cosas y sabría producir de nuevo dioses, demonios, paraísos, prohibiciones, mandamientos y Viejos y Nuevos Testamentos.»

Demian, Hermann Hesse.

25 octubre, 2009

CIEGO Y MUDO

El vértigo del eros - Matta

He codiciado acercarme hasta ti, por más que te presintiera intacta y lejana como un lucero. Más allá del misterio que envuelve esta noche, he intentado rescatar tu imagen de diosa griega, colmada de sensuales y vaporosas armonías. Te he querido respirar, como se inhala la esencia espirituosa de una copa de malvasía. Tal como la tierra seca y cuarteada implora una nube cargada de promisorios augurios, yo febrilmente te he deseado en silencio. He ansiado allegarme a tu lado, a pesar de las tinieblas, para sentir que existes, para saberte viva, acuciado por la necesidad de retener el frágil bramante que me une a ti, mi amor, mi más bello sueño...
Pero he vuelto sobre mis pasos, sin atreverme siquiera a mirarte... porque tus ojos me dejan ciego, me dejan mudo tus labios.

18 octubre, 2009

SILENCIO DE OCTUBRE

Cercle doré - Cuixart

Hay silencio, sobre todo silencio. Y un sol tibio que me acaricia la cara y me lleva a entrecerrar los ojos según escribo. Esto es en octubre, en un octubre ya mediado y fresco, de manso viento norte. Esto es en la hora meridiana de un día de asueto; esto es en Laredo, donde estoy, el lugar al que indisociablemente están ligados los veranos de mi primera juventud. Cuando se es joven, se es para toda la vida... Bien dijo Picasso. Para mí, una cuestión de fondo y de forma, lo de ser joven, lo de estarlo; sobre todo, una cuestión de actitud. El modo en que..., esta es la clave. Por eso, ahora que inicio la década de los cincuenta, no me siento mayor; en realidad, no más de lo que soy.
Este sol y este paisaje me retrotraen a mí mismo en pretérito, con dieciséis, diecisiete años: tostado a rabiar, con un Levi’s ajustado a las piernas, cada año estrenado en un sagrado baño de mar que tenía algo de iniciática liturgia, las John Schmidt blancas, el imperecedero Lacoste. También aquellos eran tiempos de marcas y las marcas nos definían; es decir, nos limitaban. Luego las marcas pasaron a otro plano y fueron más entrañadas, más morales: de activismo y compromiso social, de rebeldía contra la mitología militar, contra aquel orden establecido... Lo justo, lo necesario.
Hoy, varios lustros después, mis marcas son otras. No es que uno esté de vuelta de nada (felizmente hago algunos caminos de ida), pero ese uno, más allá de su razonable coquetería, ya no se juega gran cosa por una apariencia, del mismo modo en que le ha perdido la fe a la universalmente joven idea de cambiar el mundo. Suficiente con que el mundo no le cambie a uno. Y es que sucede que ese uno que soy ahora se integra sencillamente porque es, no porque lleva o tiene o ha hecho o predica; y ya está. Se es joven en este momento de otro modo: más sereno, más entero, menos vistoso... y más mayor. Uno explora sensorial e intuitivamente la vida, procura abrirse a la contemplación y camina pertrechado de un ramillete de principios y de convicciones que le dan un cierto aire anacrónico y atemporal. Uno, o sea yo, deseando vivir el momento, el aquí y ahora, y apurarlo en su plenitud... Tal y como apuro este mismo instante que pretendo perdurar en el papel, en esta terraza al sol de octubre que me frunce ligeramente el ceño y entrecierra los ojos de tanta luz, mientras a mi alrededor hay silencio, sobre todo mucho silencio.
Y lo intento disfrutar como si fuera el último. El último sol, el último octubre, el último paisaje... Como si fuera el último silencio.

11 octubre, 2009

EL DESENCANTO

La tempestad - Kokoschka

Eyaculó dentro de Rosa y se sintió nuevamente insatisfecho. Insatisfecho y mal; tanto que necesitó decírselo. No deseaba que ella se sintiera culpable, porque sabía que no es en términos de culpa como se resuelve la ecuación sexo-amor. Ambos eran responsables. Habían hablado del deseo en alguna ocasión; la última vez, ella le dijo: «No entiendo por qué le das tantas vueltas a todo...», y Manuel se sintió extrañamente solo. La idea de que el deseo era una pesada carga sin la que agradecería vivir, frecuentaba su pensamiento; era un producto de la relación que había ido entretejiendo con su mujer.
«Nunca hablamos de esto», le dijo. «Nuestra vida sexual es anodina y pobre... Quizá influyera mi torpeza inicial al demandarte las cosas, la actitud que me secuestraba hace años, cuando tenía más revuelta la sangre... No sé.»
Manuel siempre sostuvo que el sexo no era demasiado importante, pero cambió de opinión, a su pesar, en la medida en que le fue faltando. Para él, el sexo evidenciaba el amor, un amor que veía languidecer cada vez que Rosa mostraba su desapego.
«Lo nuestro es una representación insípida y apagada. Después de hacerlo, con frecuencia me siento triste... Son contados los momentos en los que hemos disfrutado dedicándonos afecto y tiempo, mimándonos con devoción.»
¡Devoción!
, había dicho. Lo cierto es que Rosa nunca mostró mayor interés por conocer su cuerpo; la veía pasiva y contenida, cada vez más ausente. Cuando la quería guiar, ella se sentía discutida como amante y mostraba su enojo. Y, cada vez más inseguro, Manuel ensayaba torpes aproximaciones, derrotado de antemano, por no poder estar a la altura de sí mismo. Le dijo:
«Parece que creas que eyacular es un buen final, el mejor posible. Te empeñas en acabar cuanto antes... Y, de verdad, no sé qué tiene que ver esto con hacer el amor.»
Practicaban el sexo cuando ella lo consentía; siempre fue así. Hasta el punto de que Manuel se sentía ridículo, un idiota en permanente estado de disponibilidad. Era humillante. Por eso, hacer frente al deseo le resultaba fastidioso: Era una servidumbre que no podía gestionar sin el concurso de su mujer. Así, desear no le llevaba a saberse más vivo, sino más limitado... Y sus limitaciones nada tenían que ver con la aceptación de la monogamia. No, no se trataba de esto. Él sabía que sin el deseo se las podría apañar perfectamente en la vida y ser más auténtico: él, quien realmente era, y no el tipo mustio en que se estaba convirtiendo. Manuel se sentía vencido, doblegado por el desencanto.
«Tal vez de todo esto debimos haber hablado hace muchos años, cuando nació Carlos y absorbió nuestro tiempo; cuando nos invadió el trabajo, la rutina; antes de que aparecieran los reproches... Pero creo que aún estamos a tiempo», le dijo Manuel.
Rosa se giró levemente hacia él, le dio una leve palmada en el hombro y bostezó: «Venga, intenta dormir y no te atormentes, ¿vale? No entiendo por qué le das tantas vueltas a todo», fue lo que le dijo, antes de hundirse nuevamente en el vientre de su almohada.

04 octubre, 2009

TOCO TU BOCA - Cortázar

Mujer durmiendo - Lempicka

«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar. Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad, elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.»

De Rayuela.

27 septiembre, 2009

PASARON LAS FIESTAS

Toros - Benjamín Palencia

Pasó ya el verano, tramitado con esa urgencia de quebrar rutinas tan propia de las vacaciones, y tampoco este año he estado en ninguna fiesta popular, pese a haber tenido unas cuantas a tiro de piedra. No siendo uno religioso ni gregario, malamente consigue ubicarse en las jaranas de cualquier lugar y, ante tal perspectiva, sencillamente las evita. Las fiestas, esa cosa del jolgorio tumultuoso y programado.
El mes de Augusto se lleva la palma en motines, saraos y verbenas, y la vieja Celtiberia se engalana y salpica de banderitas y guirnaldas, de liturgias y celebraciones. Entre éstas últimas, la más sagrada (que me perdonen las Vírgenes de agosto) es precisamente la que más me revienta: la de los toros. Semejante escenificación me inflama, me saca de quicio... Pero sortearé la tentación de pergeñar un panfleto sobre esa detestable exaltación de la tortura que es la Fiesta Nacional, que no me gustaría desencajarme. Qué triste, comprobar cómo se consagra tan vergonzoso espectáculo en las páginas centrales de casi todos los programas de fiestas. Me repatea intuir que muchos de quienes se escandalizan viendo en la tele cómo un perro es cruelmente apaleado por su dueño, y apartan la mirada, luego son capaces de aplaudir y vitorear en los ruedos el lento, sádico y atroz sacrificio del toro. Conmovedor.
Así es que, aunque eso del jolgorio (que de holgar viene) tanto me gusta, poco me habrán visto en festejos. Debo reconocer que las fiestas son mucho más que espectáculos taurinos y que también se suele aderezar la juerga con festivales, conciertos, teatros y otros recreos. Pero casi prefiero usar de todo esto en mejores fechas, cuando todo es menos bullicioso y, al no haber cerca arenas ensangrentadas, no he de plantearme cuánto del presupuesto de gastos del municipio en fiestas se dedica a eventos que tanto me disgustan, apenan y avergüenzan.

20 septiembre, 2009

PINCELADAS

Lavabo y espejo - Antonio López

INTRANSFERIBLE
El sentido de la intimidad no reside
en lo que uno confiesa haber vivido,
sino justamente en el hecho de que, aunque lo confiese,
sólo uno pudo vivirlo.

CRITERIOS
Llamamos opinión pública a la ignorancia de la comunidad
previamente maquillada por los sondeos y la estadística.

UN ARCHIVO COMPRIMIDO
El arte es esa mínima expresión de nuestra fantasía,
que hemos conseguido enjaular para mostrar al mundo.

RETRO
El integrismo es la retórica de los imbéciles.

PARADOJA
En el fondo, amar tal vez sea una cuestión de forma.

RELACIÓN ESPECULAR
Si ya un día dije que siento la necesidad de escribir
cada vez que el alma me pide a gritos un espejo,
no debería descuidar tanto lo que digo
que no llegara a reconocerme cuando me miro.

TIEMPOS
Sólo existe el presente...
Y es infinito.

13 septiembre, 2009

NANOU

El puente - Pablo Labrado

Nanou apaga el despertador, lentamente se despereza, abre el grifo, llena la cafetera de agua, la pone en marcha. Luego toma una ducha y regresa a la estancia abuhardillada que, junto al pequeño cuarto de baño, conforma su vivienda de alquiler. Mientras se viste, siente en su nuca la caricia tibia del primer sol de la mañana, que le llega a través del tragaluz. Canturrea una canción, cuando sacude y extiende la colcha, cubriendo un poco la cama. Luego desayuna una tostada de pan con mantequilla y mermelada de arándanos, toma a sorbos el café, y se lía un cigarrillo que guarda cuidadosamente para fumar unos minutos antes de entrar a su primera clase. Carga la mochila en su espalda, se coloca los auriculares del mp3, dejando que le inunde la música, según cierra con llave la puerta, y baja a buen paso los tres pisos de escaleras de caracol que le separan de la calle. Ya no se marea con tanta vuelta, como le sucedía al principio, los primeros días.
Una vez en la acera, coge su bicicleta, que suele encadenar a una farola junto al portal, y toma el carril de la Rue du Beaurepaire hacia el casco antiguo, donde bordeará la Catedral, camino de la facultad. Qu’est-ce qu’il fait beau!, se dice. Hace un día estupendo. Apenas lleva un par de semanas en su nueva ciudad, poco a poco la va descubriendo, y septiembre le parece sencillamente espléndido para respirarla, para transitar por ella. Nanou sonríe mientras pedalea: Sabe que hoy coincidirá en su clase de economía social con Carlos, un erasmus español, de Sevilla, con quien ha charlado ya en dos ocasiones en el bar de la universidad, con un café por medio. Se entienden bastante bien en francés. Carlos es un chico agradable, le gusta, y, sin ser presuntuosa, cree que él también se siente atraído por ella. Un poco por todo, Nanou está radiante, como el día. La música en sus oídos, el sol colando filamentos de luz por entre las hojas amarillentas de los plátanos, el frescor de la mañana... Algo fluye repentinamente en su interior; una ola, una corriente que nace en su vientre, le atraviesa el pecho y recubre sus hombros. Hace mucho tiempo que no se había sentido invadida por una sensación tan intensa, tan plena... ¿Acaso la vida no es un precioso regalo? Llena sus pulmones con una profunda bocanada de aire puro y se permite soltar un pequeño grito de alegría, cuando gira para cruzar el río sobre el puente de Verdun, engalanado por multitud de tiestos con flores de colores. Como un destello de luz, toda la energía de Nanou termina fundiéndose en el paisaje, mientras ella aviva el pedaleo, se adentra en el corazón gris de la ciudad vieja... y en su mp3 ahora suena fuerte y potente el I’ll be there for you, de los Rembrandts.

(Pour Anne-Laure G.)

06 septiembre, 2009

ESTUVE CON MARTA

Los Clark - Hockney

Un buen amigo mío sostiene que en los diez primeros minutos que compartes con alguien a quien acabas de conocer se establece la futura relación que con él o ella vas a tener. Cosa de química, al parecer. Pues bueno, si así fuera, una de las personas con quien, para bien, tuve esa suerte de temprana revelación fue con Marta.
Conocí a Marta hace cuatro años y, si bien nuestros contactos son esporádicos, siempre ha habido una sensación compartida de que existe sobrada sintonía como para que el tiempo en que nos vemos se agote en un santiamén y nos queden pendientes muchos ratos de charla. Conectamos pronto, casi en aquellos primeros diez minutos, y eso le da una consideración especial a nuestras citas.
Hace poco quedé con ella. Tomamos un par de vinos en la calle Dato, hacía un calor infernal. No llevábamos media hora poniéndonos al día, cuando ya estábamos envueltos en una conversación sobre las biografías emocionales de cada quién. Hablábamos de relaciones pretéritas, de asuntos de pareja, de amigos recién separados o en la cuerda floja, de la manera de cerrar capítulos, de entender, de aceptar, de ser perdonados y de perdonar...
—Dado el caso, no se trata sólo de entender lo que pudo pasar. Salvo que uno sea un zoquete, entender es relativamente sencillo. Lo difícil suele ser aceptar —le decía yo.
—Vivir con ello, sin que te moleste.
—Y perdonar... aunque la palabra perdón tiene unas connotaciones muy especiales en nuestra cultura...
—Sin embargo, perdonar supone una increíble liberación —dijo ella entonces.
—Vaya —reconocí—; es una perspectiva muy interesante: Parece que se libera de una carga quien es perdonado... Sin embargo, también lo hace el que perdona.
—Más, incluso.
—Es posible.
Nuestra conversación derivaría por otros derroteros y así se nos hizo de noche. La acompañé hasta su portal, nos despedimos y regresé a casa en mi bici, por entre las hileras de enormes plátanos de La Senda.
Tras haber hablado con Marta, escribí un par de notas. Ahora que las completo, intuyo que perdonar es más necesario de lo que pensaba. Porque perdonar nos reconcilia con el otro, restablece nuestro ánimo, nos engrandece sin estériles humillaciones. Permite liberarse de cuanto se ha soportado, para continuar, para seguir adelante. Curiosamente este acto de buena voluntad resulta sanador. El perdón de convierte en una especie de secreto regalo que hacemos a quien nos ha ofendido y que, paradójicamente, recibimos también nosotros, en forma de beneficio emocional y terapéutico. Un beneficio que sana a quien perdona...
Gracias, Marta; nuevamente me encantó sentir esa química al estar contigo.

26 julio, 2009

ORDEN Y PERSPECTIVA

El taller - Pérez Villalta

Para vivir con relativo equilibrio, parece conveniente mantener un cierto orden; y también una cierta perspectiva. Orden interior, perspectiva vital. Orden derivado del hecho de contemplar más que analizar, de escuchar más que hablar; de observar y percibir a través de los sentidos, de calibrar... para ser consciente de la realidad y luego hacer y así transformarla. Perspectiva derivada del encomio de proyectar más que recordar, de perdonar más que culpar, de eliminar del propio guión de vida los reproches; de sentir, pensar... y también luego hacer y transformar.

Cuando pienso en situarme, organizo mi entorno de un modo sencillo para acomodarme, para saberme a gusto en él, y preparo algún pequeño plan. Atiendo las demandas de mi ilusión y obsequio a ésta con varios propósitos. Es entonces cuando me digo a mí mismo que la satisfacción comienza con el esfuerzo, pues uno termina por sentirse mejor en la medida en que decide hacer algo... y, cuando menos, lo intenta.

19 julio, 2009

DICCIONARIO DEL DIABLO - Bierce


La noche - Beckmann

Amistad: Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
Cínico: Miserable cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran a arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.
Elocuencia: Arte oral de persuadir a los tontos de que lo blanco es blanco. Incluye el don de hacerles creer que cualquier otro color es también blanco.
Espalda: Parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad.
Emoción: Enfermedad postrante causada por el ascenso del corazón a la cabeza. Ocasionalmente viene acompañada de una copiosa descarga de cloruro sódico disuelto en agua, proveniente de los ojos.
Humildad: Paciencia inusitada para planear una venganza que valga la pena.
Loco: Dícese de quien está afectado de un alto nivel de independencia intelectual; del que no se conforma a las normas del pensamiento, lenguaje y acción que los conformantes han establecido observándose a sí mismos; del que no está de acuerdo con la mayoría; en suma, de todo lo que es inusitado. Vale la pena señalar que una persona es declarada loca por funcionarios carentes de pruebas de su propia cordura...
Matrimonio: Condición o estado de una comunidad formada por un amo, un ama y dos esclavos, todos los cuales suman dos.
Optimismo: Doctrina o creencia que sostiene que todo es hermoso, incluyendo lo que es feo, que todo es bueno, especialmente lo malo, y que es correcto lo que no lo es. Es defendida con gran tenacidad por aquellos más que acostumbrados a vivir en la adversidad, y que encuentran muy aceptable exponerla con una mueca que simula una sonrisa. Al ser una fe ciega, es inmune a la luz de la refutación. Dada su naturaleza intelectual, no existe otra cura que la muerte. Es hereditaria, pero afortunadamente no contagiosa.
Patriotismo: Basura combustible adherida a la antorcha de cualquiera que quiera iluminar su propio nombre. En el famoso diccionario del Dr. Johnson, el patriotismo es definido como el último recurso de un granuja. Con el debido respeto a un lexicógrafo tan iluminado, aunque inferior, me atrevo a afirmar que es el primero.

El Diccionario del Diablo es obra del escritor norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914).

12 julio, 2009

BESOS

El beso robado - Fragonnard

Besos, besos y más besos... ¡Qué decir de los besos! Creo que uno se consume y se colma en cada beso que vive, que lo hace eterno y a la vez lo agota. Que lo gana y lo pierde, lo roba y lo restituye; que rara vez lo invierte. Besos que se desvanecen en un ámbito de aliento, piel, tiernos labios y saliva, para retornar estremecidos de anhelo, inéditos como recién nacidos, corolas que tremolan tal que si se abrieran por primera vez y, sin embargo desde siempre y para siempre... Sé que los besos tienen su propia memoria y, a la par, su afán de extravío. Besos que nos redimen de nuestra condición de almas esteparias. Besos sublimes, ingenuos, tibios, nerviosos; besos sustraídos en un descuido; besos rotos, delirantes, mudos, leves y apresurados; besos de fresas, granadas y cerezas, besos cárdenos, dulces como la malvasía...
Tengo por cierto que cada beso es único e irrepetible, como una nube pasajera en ese cielo terso y bienhechor que abriga a los amantes. Para mí, que uno reinventa su pasión cada vez que besa a quien desea. Y que, en la liturgia del beso, tanto da una mejilla, esa mano, la nuca o un pecho, siempre que los labios suelden su entrega, con la deliberada disposición de una entrañada ternura. Besos, besos y más besos...
Bécquer desliza sabiamente su pluma cuando escribe aquello de: por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo: por un beso... yo no sé qué te diera por un beso.

05 julio, 2009

PELIGROSA ALTERIDAD - Er Tato

Volando - Iturria

Llovía fuera y yo sin paraguas. Era la excusa perfecta. Desde que llegué a aquel sanatorio mental, siempre había deseado corretear desnudo bajo la lluvia por sus hermosos jardines, chapotear en los charcos para mojarme desde abajo, pasar desapercibido entre el resto de chiflados. Justo cuando empezaba a desabrocharme excitado el cinturón del pantalón, llegó corriendo la enfermera, haciéndome señas apresuradas con el brazo en alto. Disculpe la tardanza, aquí tiene mi paraguas, espero que no le avergüence el estampado de flores, doctor Fernández, me dijo entre jadeos, antes de desearme un buen fin de semana. Hasta el lunes, Carmen, contesté contrariado, recomponiéndome la figura.

Este es uno de los críticos, ingeniosos y siempre agudos retazos que puede uno encontrarse en La taberna del Tato, un ameno espacio, a orillas del Guadalquivir, que os animo a visitar.

28 junio, 2009

SUCEDE

Alfombra del recuerdo - Klee

Sucede que no sé de qué manera te hallé; que no sitúo el momento en que me adiviné en tus ojos, sojuzgado por el verde intenso y profundo que tu mirada regala. Ignoro qué insólito augurio me condujo a ti, cuándo noté que algo germinaba del envite quizá deliberado en el que nos rozábamos al paso, en aquel primer encuentro, bajo una acuarela atardecida de arrabales en construcción. Como no concreto en qué ulterior pasaje me sentí deliciosamente acorralado por la certeza de terminar rendido al anhelo de abrazarte, respirando el deseo sabiamente enredado en tu pelo. Ni sé de qué modo llegué hasta tu puerta, ni cómo me vi recorriendo las calles estrechas de tus aledaños, por entre casas de geometrías elementales y paredes desconchadas, y travesías de olores acres y extranjeros que entretejen esa almendra inmemorial de la vieja ciudad... No sé qué sucedió tampoco cuando, ya en tu estancia, te emboscabas tras el humo azul de un cigarrillo y advertías mi desconcierto, mientras yo me guarecía en la conversación y, sin embargo, no dejaba de pensar: Dímelo tú, por favor, si es que lo sabes: dime qué estoy haciendo aquí, contigo...
Fue entonces, como si hubieras sentido mi pensamiento, cuando me tentaron tus labios... y, desde aquel imprevisto teorema carnal que me cortó el aliento, hasta recorrer tu espalda aspirando el olor de cada poro entreabierto, sólo medió el fulgor de un instante desvaneciéndose entre las estrellas del crepúsculo. Y fue bajo ellas cuando perdiste la urgencia y te desnudaste amazona, para cabalgarme hasta arribar a las arenas blancas donde el deseo debutaba entre nosotros, con la serena mansedumbre de un mar rumoroso y calmo, de olas que mecían en cada leve embate cien siglos de aprendida entrega...
Y bajó renuente la marea y, aún trenzada en mí, musitaste: No te dejaré marchar, en tanto tu mano trémula me caminaba sobre el lecho penumbroso de tu alcoba, por cuyas paredes peregrinaron sombras de extraños y pretéritos amantes, a los que dábamos réplica en aquel momento e imposiblemente por siempre... Y, ya en la calle anochecida de tu ciudadela, todavía me dirías con un mohín juguetón y la voz dulcemente rendida: No quiero que te vayas, mientras algo de mí se demoraba complacido en permanecer a tu lado, en rodearte y apretujarte contra mi pecho, abandonado al registro amante e intuitivo de tus ojos; de esos, otra vez, eternos tus ojos.
Por todo cuanto allí fue, he vagado entre anocheceres de callejas medievales, por si la azarosa provocación de mi deseo fraguase en ti el impulso de asomarte al mirador de tu estancia, durante los segundos precisos en que yo bajo él pasara. Y, sábelo, que sucede; que también ahora invento y recorro en la oscuridad ese tramo tuyo del Casco Viejo, suspendido de la esperanza impostergable de ver tu luz todavía encendida y llamar a tu puerta y abrazarte pleno y emboscarme entre tu cuello y tu pelo y apenas ser nada más...
Cuando ya me derrota el cansancio, me pregunto aún sorprendido si acaso te estuve buscando desde bien antes sin saberlo. Tal vez persiguiendo una respuesta, mi mano se obstina en borronear este papel, ávida por apurar un último intento de retenerte junto a mi sueño; y, quizá por lo mismo, pido al tiempo que se remanse y que sean ascuas, y no llamas, las que me den el calor que preciso para acercarme cómplice hasta ti, en la sosegada orilla de este inesperado encuentro, y para poder compartir contigo cuanto en ella fluye y sedimenta. Porque, te repito, no consigo saber de qué manera te hallé... Pero lo hice.
Apago ahora la luz de mi mesilla, me acurruco entre las sábanas tibias y, dulcemente aturdido, entorno los ojos. Después de todo, sólo acierto a interpretar de este arrullador silencio que, aún sin tenerte, ya no sé tampoco... si no te quiero perder.

21 junio, 2009

LOS JUSTOS - Borges

«Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar el mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Estas personas, que se ignoran, están salvando el mundo

14 junio, 2009

QUÍMICA TRISTEZA

Aaron - Basquiat

Desde que Carla se fue de casa, Jorge experimenta con frecuencia una punzante sensación de desamparo. Pretende ahuyentarla de sí vagando por la ciudad, demorando la diaria vuelta al piso que se le hace grande, penumbroso y tristemente vacío. Caminando por la Gran Vía, se ha detenido ocioso ante el escaparate de una moderna vinatería. Miraba las botellas del expositor, cuando ha reparado en la mujer que se disponía a pagar en la caja... «¡Alicia!» Al reconocerla, a través de la vidriera del establecimiento, Jorge se ha azorado intensamente, asaltado por un recuerdo que hubiera deseado haber barrido de su memoria. Uno de esos incómodos pasajes que caricaturizan la propia biografía; una mueca sardónica que su pasado le hace sobre la marcha. Lo cierto es que a Jorge la visión de Alicia le ha mordido el estómago, porque guarda la impronta emocional del encuentro que mantuvo con ella, de las tres horas escasas en que compartieron poco más que una cama, de la primera y única vez que yacieron juntos. Días después de aquello, hará diez o doce años, dejaron de verse.
Y no puede evitar, de golpe, rememorarlo. Pero, ¿qué era para él entonces una relación de pareja, el mismo sexo? Un desafío... y una servidumbre. Él, el siempre dispuesto, el hombre, el cazador, el experimentado, el competente. ¿Qué quería demostrar en sus acometidas?, ¿y a quién? Jorge ignoraba lo difícil que le resultaba ver más allá de sí mismo y de sus ínfulas de conquistador, abandonarse a la exploración sensorial; y no fue diferente cuando estuvo con Alicia. Quiso poseerla, secuestrado por la exagerada urgencia de su propio cuerpo, con un furor mostrenco que ella padeció ajena y despegada, inmóvil, con una abnegada pesadumbre fisiológica. Todo resultó brusco y rápido, desmedido. Sencillamente sucedió que terminaron estirados el uno junto al otro, él aplacado y exhausto, ella ausente, a un mundo de silencio y de distancia. No hablaron, dejaron que el mutismo se espesara entre ambos como una densa niebla. Y fue así como, antes de encontrarse, ya se habían perdido sin remisión.
Ahora Jorge no soporta el gusto acre de aquel recuerdo y se ha apartado del escaparate. No le agrada la idea de que ella se vuelva y le pueda reconocer. Evita incluso verse reflejado en el cristal de la tienda, convertido en una parodia de sí mismo, portador de esa calcomanía sellada indeleblemente en su historia. Comienza a caminar y se le añade prieta una nueva sensación de desamparo: Piensa en Carla que se fue de casa, recrea la repentina imagen de Alicia y deambula maquinalmente, con una mordiente y química tristeza, entre la mucha gente de ojos vacuos y aburridos que puebla la Gran Vía. Demora la diaria vuelta al piso que se le hace grande, penumbroso y tristemente vacío.

31 mayo, 2009

SAWABONA - Gikovate

Aello - Picabia

«No sólo el avance tecnológico marca el inicio de este nuevo milenio. Las relaciones afectivas también están pasando por profundas transformaciones y revolucionando el concepto de amor. Lo que hoy se busca es una relación compatible con los tiempos actuales, en la que exista individualidad, respeto, alegría y placer por estar juntos; y no una relación de dependencia, en la que uno responsabiliza al otro de su bienestar.
»La idea romántica de que una persona sea el remedio para nuestra felicidad, está llamada a desaparecer. Este amor parte de la premisa de que uno necesita encontrar su otra mitad para sentirse completo. Así, muchas veces se da un proceso de despersonalización que históricamente ha alcanzado más a la mujer, cuando se anulaba a sí misma para amalgamarse al proyecto masculino.
»Sin embargo, la idea de este siglo es la asociación. Estamos cambiando el amor de necesidad por el amor de deseo. Me gusta y deseo la compañía, pero no la necesito, lo que es muy diferente.
»A medida que cambia el mundo, nos hemos de ir reciclando para adaptarnos a él. Estamos entrando en la era de la individualidad, que nada tiene que ver con el egoísmo. El egoísta no tiene energía propia: se alimenta de la energía de los demás, sea financiera o moral. Con el avance tecnológico, las personas van perdiendo el miedo a estar solas y aprendiendo a vivir mejor consigo mismas. Se dan cuenta de que se sienten parte de un todo, pero son enteras. El otro, con quien se establece un vínculo, también se siente una parte; pero no es el príncipe o salvador de nadie, sino solamente un compañero de viaje.
»Las relaciones de dominación y de concesiones exageradas son cosa de siglos pasados. Cuando pensamos que el otro es nuestra alma gemela, en verdad lo que hacemos es inventarlo a nuestro gusto. Así, la nueva forma de amor apunta a la aproximación de dos enteros y no a la unión de dos mitades. Cuanto más capaz sea el individuo de vivir solo —algo que se puede trabajar—, más preparado estará para una buena relación afectiva. Pues, quien está solo de vez en cuando, establece un diálogo interno y descubre su fuerza personal. En la soledad el individuo entiende que la armonía y la paz de espíritu sólo se pueden encontrar dentro de uno mismo, y no a partir de los demás. Al percibir esto, ese uno se vuelve más comprensivo con las diferencias, respetando la forma de ser del otro...
»Y es que el amor entre dos personas enteras es el bien más saludable. En este tipo de unión está el abrigo, el placer de la compañía y el respeto por el ser amado; ninguno exige nada del otro y ambos crecen.

»Sawabona es un saludo usado en el sur de África, que viene a decir: “Yo te respeto, yo te valoro y tú eres importante para mí”. Como respuesta, el otro contesta: Shikova, que es: “Entonces, yo existo para ti.”»

Adaptación resumida de un texto del psiquiatra brasileño Flavio Gikovate, que aborda el cambio de paradigma respecto de las relaciones de pareja que se están dando en el nuevo milenio.

24 mayo, 2009

HUGO

La libertad guiando al pueblo - Delacroix

¡Quién es Jean Valjean, quién! Quién, sino el joven hambriento que roba una hogaza de pan y es condenado por ello a 19 años de cárcel. Jean Valjean saliendo del penal tras cumplir la pena impuesta: un hombre macerado por el dolor, solo y aborrecido, un ser proscrito. Valjean, el ex convicto que vuelve a robar, esta vez los candelabros de plata del bondadoso y caritativo monseñor Myriel, y que, siendo nuevamente apresado, es sin embargo exculpado por su víctima. Jean Valjean que conoce de este modo el perdón y se transforma y busca redimirse a, ante, para, de sí mismo. Jean Valjean, decidido a rehacer su vida, a quien el encuentro con un niño que huye dejando caer su moneda de plata convierte en reincidente, un delito castigado con trabajos forzados a perpetuidad. Valjean otra vez perseguido por la justicia, inventándose una nueva identidad para sobrevivir, siendo ahora el señor Madeleine, un buen hombre volcado hacia el prójimo en una ejemplar armonía con cuanto le rodea. Jean Valjean escondido nuevamente tras la aparición del inspector Javert, policía implacable y justiciero que sospechará que tras Madeleine se oculta el propio Valjean y lo perseguirá sin tregua, para enviarlo de nuevo a prisión. Valjean ausente de sí mismo, huyendo una vez más del obstinado Javert y de su pasado atroz, asumiendo siempre el personaje que representa hasta sus últimas consecuencias. Jean Valjean, la fuerza bruta, la misericordia, la compasión, la filantropía personificada... un hombre justo y, a la vez, una especie de profeta maldito. Jean Valjean apiadado de Fantine, rescatando a la pequeña Cosette de la explotación de los malvados Thenardier, adoptándola, entregándosela años después al joven Marius a quien salva de la muerte en las barricadas de aquel París cuyas cloacas recorre con él a cuestas, malherido, mientras el pueblo se rebela contra el Rey...
Jean Valjean, eternamente, Jean Valjean. Pero, ¡quién es Jean Valjean, quién! ¡Quién... cuando la condición humana cabe entera, toda ella, en uno cualquiera de nosotros!

Victor Hugo escribió
Los Miserables en 1862. Moriría el 22 de mayo de 1885.

17 mayo, 2009

UN RICO Y SENCILLO POSTRE

Dr. Hermann Mayer - Dix

Ingredientes:

200 gr. de queso de untar (Philadelphia o similar)

150 ml. de nata líquida

1 sobre de gelatina de limón

mermelada de arándanos

1 bolsa de sobaos pasiegos

Preparación:

Poner al fuego un cazo con 250 cc. de agua y, según hierva, verter el sobre de gelatina. Disolverla bien y retirarla del fuego, para añadir otros 250 cc. de agua fría y remover de nuevo. Después, revolver en la gelatina el queso y la nata líquida, para terminar mezclando todo con la batidora.
Aparte, en un molde de tartas, cubrimos la base con un lecho de sobaos muy bien prensados. Volcamos en este recipiente el preparado anterior y dejamos que se enfríe, unas dos horas, en la nevera. Una vez cuajado, cubrimos la superficie con una fina capa de mermelada de arándanos... ¡Y a disfrutar!

Post Scriptum: Uno no calcula qué puede entender, quien vive al otro lado del charco, por sobao. El de por aquí es abizcochado, plano, rectangular y de textura similar a la de una magdalena (algo parecido a un
muffin o al cupcake americano), aunque mucho menos esponjoso, voraz e inclemente que ésta. A propósito, tengo un amigo que, por no terminar enojándose estúpidamente, pide dos cafés para desayunar: uno para él y otro para la insaciable magdalena de la que se acompaña, que nada más asomarse al bordillo de la taza se empapa henchida a reventar, sin previo aviso. Por eso yo advierto: la receta (en la querida América) ha de ser con sobaos, si existen, o algún bizcocho blando, dócil y maleable. La pérfida magdalena terminaría por devorarse la parte superior de la tarta, mientras estamos felizmente convencidos de que reposa en la paz de la nevera. Que no se diga que no avisé...

10 mayo, 2009

ENTRE TORNASOLES

Morena - Pino Daeni

Te robo apenas un minuto, como quien trapacea con una tonta excusa, para colarme de rondón en tu silencio. El minuto exacto que me llevará deslizarme, volverme papel entre tus dedos, para contarte un par de simplonerías: Como que llego calado por un chaparrón fugitivo que ya plañe, más que atruena, sus últimos exabruptos; que la tierra y el polvo mojado se dejan sentir desde mi ventana abierta, ahora que escampa; que el asfalto reverbera tornasolado entre los castaños florecidos; que, batidos por la lluvia, los tilos comienzan a hermosear el aire con su fragancia... y que esta primavera, que de verdes revienta, me devuelve abismado a aquel otro mayo en que por primera vez cogí tu mano. Y, con ella, aún retenida entre las mías, te cuento estas tonterías y ya me voy, casi como ya me vine, tras escamotearte la mirada, un minuto más tarde... y tanto tiempo después y felizmente sin embargo.

03 mayo, 2009

DESDE MI VENTANA


Casa revuelta - Klee

Mi piso está en un edificio que hace medio óvalo, con forma de concha. Por su trasera, desde el estudio en que tecleo, observo los latidos urbanos de la ciudad que me adoptó, desvaneciéndose entre grises capilares hacia las montañas que rodean esta vasta llanada. Veo también algunas casas del barrio adyacente, de las que me separa a un centenar de metros la cicatriz del ferrocarril que, parece ser, algún día soterrarán y una campa que a duras penas se distingue tras la arboleda de tilos... Pero sobre todo hoy veo y miro el cielo, un azul intenso y primaveral cielo que, entre hilachas de cirros, nos regala sus primeras y tibias caricias de sol.
Cuando entre jardineras me asomo a la terraza de la parte delantera, ante mí se abre un enorme y verde parque. Chopos y algún sauce sueltos, hileras de castaños, abedules, hayas y cerezos demarcan los senderos por los que los viejillos y los amantes, las madres con sus niños, las cuadrillas de jovenzuelos, se reparten las horas del día para pasear, hasta que el frescor de la noche los va recogiendo a todos y apenas sí algún tipo meditabundo con su perro o un deportista extemporáneo, caminan por entre las farolas de una soledad impuesta por el recogimiento. Hay también un lago en este parque, a la izquierda de mi vista, que pese a estar cerca casi me tapan los árboles, con docenas de patos solazándose a diario con el agua y las migas que, de su merienda, los críos les arrojan. No sé si son los patos de siempre y si su renovación es meramente generacional, como tampoco tengo seguro si el estanque es exactamente el mismo que el urbanista del entorno diseñó e hizo en un principio... Porque escuché una vez que una noche de un pretérito y muy crudo invierno la helada fue tan increíble que los patos quedaron aprisionados en las aguas y al despertar, asustados, salieron volando en bandada hacia regiones más cálidas, llevándose a bloque en sus zancas el helado lago del parque.
Pero esto lo cuentan y yo, la verdad, no he podido comprobar que fuera así. Ya que vine a vivir aquí, en su día pregunté. Hablé entonces con alguno, que me dijo que le habían dicho de otro que supo de alguien que dijo haber visto algo en una película, de lo que yo ahora cuento sobre los patos y el lago...
Pero , en fin: ésta, como cabe suponer, es ya otra historia.

 
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