28 diciembre, 2008

YO, QUIEN HUMILDEMENTE SOY...

El sueño - Rousseau

Manifiesto mi condición y mi oficio de ser humano, como animal racional y sensible. Reivindico asimismo mi perspectiva de hombre igual que otro hombre cualquiera, igual que cualquier mujer. Declaro mi naturaleza híbrida y me proclamo mestizo, en un mundo felizmente diverso y plural. Ser de donde soy no añade o resta algo esencial a mi existencia, pues no es mi mérito como tampoco fue mi elección. Antes bien, mis coordenadas me sitúan en deuda con la mayoría de mis semejantes, pues aquí no me faltan alimento y cobijo, puedo trabajar y no me siento extraño o perseguido. Tampoco de mí ha dependido que mi piel tenga de un color más claro que oscuro, ser miope o calzar el cuarenta y dos. Todo esto, qué mas dará.
Sostengo por ello mi condición de ciudadano del mundo, como se declaró el viejo Diógenes, por encima de las fronteras arbitrarias, de las razas y etnias, ideologías o creencias, y me siento con el deber moral de exigir un presente libre de absolutos y de fundamentalismos; un planeta sostenible en el que reinen la justicia, la libertad, la paz y la solidaridad... porque sin ellas no concibo modo alguno de reivindicar la vida.
Manifiesto, igualmente, mi vocación de habitar el tiempo azaroso y complejo en que me ha tocado respirar y mi ambición por vivir en él despierto. Así como deseo hacer público mi compromiso íntimo de ser leal y coherente con lo que siento y pienso, de intentar estar a la altura mi humilde retórica y de defender mi posición con la palabra como único arma que acepto esgrimir, objetando el uso de cualquiera otra que hiera, atormente, destruya o mate.
Y cuando pregono mis deseos quiero hacerlo firme, sin gritar, pero con letra clara y minúscula. Pues es tristemente sabido que desde siempre se han perpetrado incontables fechorías en defensa de la Unidad, de la Justicia, del Partido, de la Libertad, de la Guerra Santa, de la Paz y de la propia Vida y, como dice Pániker, “en cuanto comienzan las palabras con mayúsculas, comienzan los crímenes”.
Y, cuando me manifiesto, lo hago también por honrar la grandeza del ser humano que hay detrás de cada una y cada uno de nosotros y para agradecer infinitamente el delicado regalo que es la vida, el despertar cada día y poder sentirme más o menos pleno, pero siempre vivo.
Y lo hago aquí, en estos días entrañables, asumiendo sin pretensiones la identidad que me confiere llevar el nombre que me nombra. Yo que soy lo que conozco y lo que ignoro; lo que digo y lo que callo; lo que hago y omito hacer. Yo que soy un poco lo que soy, y otro poco lo que persigo...
Uno más en el mundo, yo: vuestro amigo, humildemente vuestro igual y, en ese sentido, vuestro hermano.

21 diciembre, 2008

TODO ESTÁ POR VIVIR

Tengo por norma saltarme de vez en cuando mis propias normas, y esto es algo que ahora mismo estoy haciendo. No soy amigo de insertar vídeos en un espacio de carácter literario, pero llegadas estas fechas no he encontrado mejor manera de dirigirme a quienes os acercáis hasta aquí, que a través de esta genial puesta en escena de Matt Harding. Creo que su alegría es felizmente contagiosa y tan espontánea y universal que no sólo abre los pulmones y hace sonreír, también conmueve.
Con él os dejo mis mejores deseos de felicidad compartida y una incalculable gratitud.
Todo está por vivir.


14 diciembre, 2008

SIN UN DESPUÉS

Trance - Jonathan Viner

Carla entra en su casa. Se anuncia con un ¡hola! sin respuesta. Qué raro, piensa; son las ocho de la tarde. Deja el bolso sobre la consola, cuelga su abrigo en el ropero del vestíbulo y se calza las zapatillas (el zapatero está en la despensa de la cocina). ¿Jorge?, inquiere en el umbral de la sala. Jorge, ¿no me oyes? Desconcertada lo mira: Jorge está sentado en un extremo del sofá, el periódico abierto ante sí, no ha levantado la vista; ni siquiera un gesto, permanece congelado en la lectura. Cuando, con cierta hosquedad, Carla se dispone a preguntarle a qué se debe su actitud, siente que algo extraño está sucediendo. Se sitúa frente a Jorge, que pasa maquinalmente una hoja, y le observa: la camisa a cuadros, los sempiternos vaqueros, las pantuflas a medio calzar. Carla busca sus ojos, pero sólo percibe unos párpados levemente hinchados sobre las gafas de medialuna. Ve sus sienes encanecidas, el pelo desordenado, se lo ha mesado, lo hace cuando lee... Como cada día, piensa Carla, habrá ido al trabajo, habrá comido el menú en un bar del centro, habrá vuelto a la oficina, habrá tomado una cerveza antes de llegar a casa, en donde habrá... Habrá, habrá, habrá... Curioso tiempo gramatical que se sirve de un futuro para mentar el pasado, se dice Carla; y repara en lo terriblemente triste que resulta conocer de antemano ese habrá.
De repente, se siente profundamente abatida. Es consciente de que la relación con Jorge, a la que dedicó toda su energía, está edificada sobre el deseo de crear algo que finalmente no existe. Es eso: un anhelo, un ideal... Ni siquiera pueden tener un hijo y la sola mención del asunto, el mero planteamiento de las alternativas, les consume. Ella no puede; él, entonces, no quiere. Ya no hay amor, tampoco voluntad; ésta convicción es su cárcel. Sólo ve una existencia tejida de rutinas e impulsada por el insignificante acontecimiento de pequeñas, pero pesadas, obligaciones diarias. Carla mira a Jorge ya sin mirarle, y piensa; siente un vacío insondable, una insondable tristeza. Acaba de dar forma a un pensamiento que se insinuaba en su interior, tal vez desde tiempo atrás. De golpe todo es concreto, sustancial, tangible... y una certeza afilada como un cristal hiere su estómago, en el que parece licuársele una angustia heladora...
Compungida, Carla toma aire, recobra la mirada, desenfocada en un punto ciego del periódico que sostiene Jorge, y se dirige pausadamente hasta la despensita. Ha tomado sus zapatos, se calza. Luego desembaraza el abrigo de la percha, se lo pone y coge el bolso de encima de la consola. Cabizbaja sale del piso, sin hacer ruido. Vuelve a perder la mirada, mientras aguarda el ascensor. Le parece que hubiera sido hace años cuando entró en su casa y se anunció con un ¡hola! que no tuvo respuesta. Ahora sabe, sin embargo, que nunca será lo mismo, que no habrá un después, que no regresará jamás.

07 diciembre, 2008

TRASTADAS DE PUTAS - Gabo


La espera - Alfredo Salazar

«Florentino Ariza lo escuchó impasible, aprobándolo todo con un movimiento leve de la cabeza, sin atreverse a decir nada por miedo de que lo traicionara la voz. Sin embargo, dos o tres frases más le bastaron para comprender que al doctor Juvenal Urbino, en medio de tantos compromisos absorbentes, todavía le sobraba tiempo para adorar a su esposa casi tanto como él, y esa verdad lo aturdió. Pero no pudo reaccionar como hubiera querido, porque el corazón le hizo entonces una de esas trastadas de putas que sólo se le ocurren al corazón: le reveló que él y aquel hombre que había tenido siempre como el enemigo personal, eran víctimas de un mismo destino y compartían el azar de una pasión común: dos animales de yunta uncidos al mismo yugo. Por primera vez en los veintisiete años interminables que llevaba esperando Florentino Ariza no pudo resistir la punzada de dolor que aquel hombre admirable tuviera que morirse para que él fuera feliz.»

El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez.

 
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