30 noviembre, 2008

RILKE EN OTOÑO

El bosque de Beeches - Klimt

El hecho es que he estado sentado en el sofá de la sala, releyendo a Rilke, y que se me ocurre que Rilke es para leer en otoño; sus Elegías del Duino, por ejemplo. En mi dinámica opinión, claro está. Compruebo, al llegarme al estudio, para dejar el pequeño volumen en su hueco de la estantería, que las hojas de mis libros de Rilke han amarilleado con el tiempo. Debe ser que los libros también tienen un otoño de oros y cobres, cuando las páginas impresas se tornan frágil hojarasca, cosida y pegada a un lomo que igualmente envejece...
Y es que parece que el destino de los libros sea el de ser abandonados en un paisaje de estantes, desheredados y proscritos como cualquier viejo clochard de ciudad, mientras el tiempo los ignora y, sin embargo, atrapa. Rilke también se sentía hondamente solo, recluido en su torturada manera de ser y, sobre todo, de amar. Sentía una soledad desproporcionada, una soledad que le puso a prueba durante casi todos los días de su vida. En una página de Mi Testamento escribió con insondable dolor: «Ha quedado en mi corazón una tenebrosidad extraña, que me lo hace irreconocible».
Rilke amó, sufrió y vivió, no sé si por este orden. Cuantas espinas hirieron su alma asombrada, escoltaron los veinte años que un día tuve, y aún hoy se clavan, produciéndome un dolor melancólico y dulce, en mis recuerdos literarios. Es así, porque registro una fugaz añoranza en mi memoria emocional cada vez que retomo uno de estos libros y lo abro después de tanto olvido. Casualmente, releo ahora un precioso proverbio turco, que copié en una hojita y guardé muy entonces entre las páginas de las Elegías: «Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil espinas.» Me parece delicadamente bello, y supongo que hasta se me ha insinuado una leve sonrisa al volverlo a leer...
Pero ya debo salir a mis quehaceres, conque empujo el lomo del libro, lo inserto en su lugar. Amor, servidumbre, espinas... Cuadra con lo que sé y recuerdo de aquel Rilke a quien veneré tanto. Tal vez por eso archivé ahí la cita, para leerla en cada reencuentro, como el de hoy, en este nuevo otoño que comienza a recogernos y nos invita a disfrutar de él, inestable y antojadizo, con sus días alternos veteados de los rayos de un sol broncíneo o de gotas de lluvia caprichosamente juguetonas sobre los cristales.

 
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