07 septiembre, 2008

EL PADRE DE MAFALDA

Hombre en una hamaca - Gleizes.

Creo que nunca me he sentido tan como el padre de la entrañable Mafalda, como el ya lejano día en que María, mi hija mayor, que tendría entonces 12 años, llegó a casa del cole, dejó su cartera y se acercó a la sala, donde yo leía plácidamente El Correo, y, con su sempiterna sonrisa, me soltó a bocajarro:
Aita, ¿tú te masturbas?
Me faltó periódico para esconderme, pero en teoría un buen padre no está para eso... De modo que, sin saber muy bien de qué modo salir airoso, comencé por defender mi comprometida posición con la trillada técnica de rebotar el asunto.
—¿Y por qué me haces esa pregunta?
—Es que hoy hemos hablado en clase de lo que es la masturbación y...
—Oh, vaya.
—Dicen que todo el mundo lo hace.
—Ah, claro: Dicen —tomé aire—. Bueno... ¿Y no os han explicado en clase qué es la intimidad?
—No. Creo que no.
—Pues bien, Marieta: La intimidad tiene que ver con que hay cosas que pertenecen a la vida personal de cada uno... y que todos los demás deben respetar. ¿Me explico?
María asintió recogiendo a un lado sus labios. Luego sonrió y fue a por su merienda.
—Te he entendido perfectamente —me dijo saliendo de la sala.
Tras lo cual tragué saliva, a sabiendas de que conocía la respuesta a su pregunta, y, aliviado, yo también sonreí, hundiéndome un poco en el sofá tras las páginas de sucesos... como en tantas viñetas del genial Quino he visto hacer al papá de Mafalda.

 
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