20 abril, 2008

MANET

El bar del Folies-Bergères

Manet es para ver y para gozar. Hace un par de años hubo una temporal suya en El Prado: Merecía el viaje a Madrid, sólo por ver la exposición... Pero finalmente no encontré el momento adecuado y el tiempo se merendó mi afán. Fue una pena no haber llegado a ver El Pífano, Almuerzo campestre, El balcón... y otras de sus obras más representativas. Esta es una de las desventajas que tenemos quienes no estamos cerca de las grandes metrópolis, en donde la oferta es amplísima y la renovación cultural no se consiente una tregua. Pero no es cosa de quejarse: La vida en una ciudad mediana o en un pueblo también tiene algo grande y uno sospecha que la calidad de vida está más cerca de lo pequeño que de lo inconmensurable. En fin, sobre gustos... ¡hay tanto escrito!
Pero, volviendo a Manet, he querido poner el que es probablemente su cuadro más conocido: El bar del Folies-Bergères, que pintó un año antes de su muerte a finales de abril de 1883; es decir hace 125 años. A nada que os fijéis, os llamará la atención el ensimismamiento de la joven camarera, que contempla el barullo y la diversión como distante, con la vista cansada. Permanece aparentemente ida, y este aislamiento es lo que comentan los estudiosos del pintor que éste quiso mostrar. Ante la barra, a la derecha de la mujer, se encuentra un hombre con sombrero, a quien, gracias a un sutil ángulo de incidencia, sólo se ve en el espejo. Su imagen reflejada en el azogue bien podría ser la del espectador.

 
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