13 enero, 2008

PAN Y CIRCO

El gran Circo - Chagall

Llevo ya tiempo confesando a mi gente una moderada inquietud por sentirme notablemente fuera de onda, cada vez que intento distraerme con cargo a esa irritante actualidad que refleja la televisión. Una especie de inmigrante del tiempo, es como me veo, plantado ante ella, cuando pretendo ponerme al día y reubicarme entre mis coetáneos. Algo así.
Con todo rendibú para aficionados y adictos al medio, diré que mayormente no me interesa la tele (aún reconociendo que hay algún que otro programa sugestivo), por la sencilla razón de que mi umbral de tolerancia a la estupidez y la mezquindad humana es cada vez más bajo, y sólo cinco minutos de zapeo vespertino terminan poniéndome, tal se dice, de los nervios. Por otra parte, las noticias servidas en crudo me provocan indigestiones de pesimismo existencial, de las que tardo un rato en restablecerme, conque casi prefiero metabolizarlas por otros medios. Y en cuanto al tono general de los concursos, tertulias e incluso emisiones culturetas, digámoslo todo: he visto funerales más excitantes. Consecuencia inmediata: me protejo de ese ominoso intruso que es el televisor y casi ni lo enciendo.
Un perspicaz dijo que de las grandes obras de la literatura todo el mundo habla, aún cuando casi nadie las ha leído, y esto parecería aplicable a gran número de telespectadores, si diéramos crédito a la paradoja de que parlamentan con sospechoso conocimiento de aquello que aseguran no ver. Conque tenemos a medio país cotilleando sobre chismorreos, aunque sostenga que no ve programas que alimenten de los famosos esa gloria en calderilla que, decía Victor Hugo, es la popularidad.
¿Por qué nos llama tanto-tantísimo la atención la vida y exigua obra de fantoches, cuyo mérito esencial ha sido descubrir que es bastante más rentable inventarse una biografía, por lamentable que ésta sea, que labrarse un futuro? Cada cual sabrá qué le aportan los chalaneos de semejante peña... Y, si reconoce al menos que le distraen, que piense por un momento de qué le están distrayendo tanto, para que les llegue a conceder tamaña importancia. Por lo que a mí respecta, esto es más de lo de siempre: Pan y Circo. Así que, viendo el menú televisivo que se nos brinda, a nadie le debería sorprender que la cultura moral de un país como el nuestro tenga unas digestiones rebosadas de flatulencias, regüeldos y ventosidades.
Pues bien, aconsejo someterse a un régimen abstencionista que contribuya a eliminar esa sustancia grasienta y pegajosa que se adhiere a nuestras neuronas, cada vez que nos enchufamos al televisor. Porque pocas cosas producen mayor satisfacción que librarse de una servidumbre; sobre todo teniendo en cuenta que siempre es posible que surja algo interesante, capaz de compensar un posible síndrome de abstinencia por tele-adicción. La cosa, supongo, está en encontrar una alternativa. O sea, en preocuparse por dar con ella. Digo yo.

Post Scriptum
: La expresión Pan y Circo pertenece a una de las sátiras del poeta romano Juvenal, que describía la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y pases para los juegos circenses, buscando distraer al pueblo de los problemas de la política.

 
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