04 junio, 2007

CON EL CORAZÓN

Figuras - Montserrat Gudiol

Al contestar un correo, observaba ayer la cantidad de encajes que nuestro idioma nos permite hacer con el corazón. Se lo debemos lógicamente a ese latín, moribundo en las aulas de algunos institutos y universidades, que nos ha nutrido durante siglos como una buena madre, hasta que nos fuimos haciendo lo suficientemente mayores como para correr por nuestra cuenta.
Ilustra lo que comento (pues cor-coris es la raíz de la palabra corazón), el que despidamos los escritos con «un cordial saludo», que es un entrañable modo de llegar al otro. Lo mismo sucede cuando decimos a alguien «te recuerdo», ya que, sin saberlo (al re-cordare), estamos pasando a ese alguien nuevamente por nuestro infatigable corazón. O, también, cuando discrepan unos cualesquiera y se oyen sus «discordantes» voces.
Acordar
, incordiar, coraje, concordancia, cordíaco o cardíaco y sus derivados, cuerdo, etc., son sólo una parte de los casos que indefectiblemente nos remiten al corazón cuando hablamos. Un viejo atavismo que deriva de las tinieblas científicas de unos tiempos en los que se reverenciaba la primacía absoluta del corazón sobre los demás órganos, y así lo trasladaba el lenguaje.
Dicho lo cual, me permito una recomendación: A quienes tengan cierto entusiasmo cirujano por satisfacer su curiosidad, hendiendo la epidermis de nuestra lengua para conocer algo mejor sus entrañas, el «Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana», de Corominas, es un excelente escalpelo.
 
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