26 enero, 2007

¿ARROBAS? NO, GRACIAS.

La calle - Genovés


Vaya, la que está cayendo en los últimos tiempos, con ese empeño en combatir el llamado sexismo lingüístico (o sea: el uso del masculino genérico para referirse a personas de ambos sexos) y, por extensión, el lenguaje machista. «¡Fuera el sexo del lenguaje, que ahora es de género!» Vale, vale; acepto. Pero, me digo: la utilización del plural genérico, ¿es realmente machista?

Como apunta José Aguilar, en un artículo al respecto, el Diccionario Panhispánico de Dudas señala que los seres vivos tienen sexo, mientras que las palabras lo que tienen es género. De la misma manera, el masculino gramatical se emplea para referirse a individuos de la misma especie, sin distinción de sexos. Igual que hay genéricos femeninos que describen a hombres y mujeres. Por ejemplo, víctima. Esto obedece a una ley general de las lenguas: la economía expresiva.

Personalmente no tengo mayores dudas y busco emplear un lenguaje inclusivo, hablando del alumnado o la ciudadanía, evitando desdoblamientos de género, del mismo modo que, en sentido contrario a la moda militante, voy y le pregunto a un amigo por sus hijos (sin menoscabo de que alguno de ellos sea chica), y no por su progenie, que me parecería pedante. Y es que, como acatemos a pies juntillas y llevemos a su extremo las propuestas de esta nueva ofensiva ideológica, el resultado puede ser sencillamente delirante. Porque, de hacerlo, el director de un colegio habría de dirigirse a su concurrencia con un: Estoy con todos vosotros y todas vosotras, padres y madres de los niños y las niñas, en representación de los profesores y las profesoras de este Centro..., de igual modo que cualquiera podría estar tentado a largar bufonadas tales como: tengo un amigo periodisto, que es muy buen persono.

¿O estoy regando fuera del tiesto! Este atacante e indigesto lenguaje, que a uno le termina produciendo retortijones, se extiende como un mar de chapapote en las instancias administrativas, amenazando con intoxicar la espontaneidad de la expresión coloquial, a la que pretende liquidar, so pretexto de la desaparición del machismo. Pero es que yo creía que el machismo en el lenguaje era otra cosa y, más que otra cosa, hasta casi una actitud... Verbi gratia: Quienes me conocen saben que evito decir que estoy hasta los cojones de algo, y que no me parece de buen tono expresarse así. Como tampoco veo apropiado que una mujer sustituya la locución por su orgánica correspondiente, anunciando que está hasta sus femeninas gónadas, también de algo. Sea cual sea el género del sujeto parlante, no me seduce esta forma de hablar, porque la encuentro rabanera y saturada de trazas machistas. Pero tampoco haré apología de un trasnochado puritanismo lingüístico, con él que nada me identifico. Me gusta, sí, la frescura en el uso y, si ésta pasa por calzar un taco a voleo, bien dicho estará, siempre que a nadie ofenda.

Y tres cuartos de lo mismo sucede con la moda cada vez más generalizada de feminizar los participios activos, que no son sino derivados de los tiempos verbales. Porque el participio activo del verbo atacar es atacante; el de salir es saliente; el de cantar es cantante y el de existir, existente. ¿Cuál es el del verbo ser? Pues es el ente, que significa "el que tiene entidad", en definitiva "el que es". Por ello, cuando nombramos a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a éste la terminación "-nte". Así, a quien dona se le llama donante, con independencia del sexo de quien efectivamente realiza la acción. De forma análoga, se dice capilla ardiente, no "ardienta", estudiante (no "estudianta"), independiente (no "independienta"); paciente, dirigente o residente...

No soy un inmovilista, pero tampoco me gusta que se saquen las cosas de quicio. Al contrario de lo que igualmente se está perpetrando, no ya al hablar sino al escribir, con esas molestas barritas (estimados/as), tan de misiva burocrática que son... Por no hablar de la aberrante arroba, venida en mala hora de la Pérfida Albión, y que inunda de psicodélicas espirales algunos textos, en un delirio de cloroformo que termina desenfocando la vista de quien lee, hasta llevarle a perder la concentración.

Cabe preguntarse si nuestros políticos, y muchos periodistas y progres de vinito y canapé, en su defensa a ultranza del género, hacen un incorrecto uso de la lengua por motivos ideológicos... o por ignorancia de la gramática de aquello que estudiamos como Lengua Española. A lo que, abiertamente, yo me digo: ¿No sería saludable una pizca de sentido común, para que esto tan necesario de hablar y escribir no termine siendo un despropósito? Por mi parte, sólo pido una cosa: Si se han de echar arrobas de algo sobre un folio, por favor: ¡que sean de sensatez!
 
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